¿Podrianos cambiar la pagina?


Cuando escribo, deseo.
Deseo que todo no sea mas que un pequeño jardin que cuelga de mis ojos, y se balancea al viento tibio de la memoria.
Espero no desaparecer.
Te espero.



jueves, 29 de diciembre de 2011

z.

Lo que ocurra, será lo suficiente
como llenar el cielo de tus manos con guiones de asombro,
o caminar quejándome
por el susto de pan y tus labios.
El sollozo se llenó de arroz
y los ojos fueron lugares desconocidos.
Nada se podrá deshilvanar con tu llegada ni con tu partida,
ni el silencio opacado por lavandas,
ni el enorme despliegue de noticias
en el aire de esta boca.
Desde que dejaste el mar,
la lluvia no tiene sentido.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Viejo Amor

En este viejo amor,
una dulce canción.
No tanta como de cielo entero encima
o debajo de la falda las piernas inundan
la vereda.
No quiero olvidar,
encajar los días dentro de sus números
para habitar nuevamente
lo que nunca tuve.
Celos del amor,
tener sobre la piel por siempre
tus dedos,
y las uñas aun por crecer,
o el olor de los labios que consigo retener
cual si fuesen restos de pequeñas lloviznas.
En este amor,
una dulce canción,
que sigo en tarareo lento
por sobre el ruido del atardecer
que cae.
Y cae,
hasta engañar mi sueño barato
de tener amor,
y traerte nuevamente.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Fragil y liviano

Alguien le avisó cuando bajó del tren en aquel andén
un día gris de llovizna triste…
Nos están matando…
Y se persignó [no era cristiano, ni siquiera había estado en
esa colina cuando crucificaron a los ladrones y al otro,
al charlatán].
Cruzó al café.
Se sentó mirando a la puerta que daba a la vereda
y a los automóviles.
[El ejercito Romano ya no parecía el imperio progresista,
solo era una banda de asesinos sanguinarios sueltos sin
control].
Siguió mirando la llovizna. Le dolía el cuerpo,
las heridas, los amigos,
el recuerdo de una futura agonía en algún charco
en medio de esta lluvia.
[No tenia el poder del perdón ante las atrocidades,
no podía producir milagros como convertir el
contenido de las tinajas de agua en vino para que
la fiesta pudiese prolongarse en la noche hacia la
mañana y hacia más allá de ese día.
No tenía nada en las manos, ni amor, ni emoción
por los pobres, ni por mi mismo; ni aún lo tengo
a pesar de tanto tiempo transcurrido entre mi
muerte y mi resurrección].
Sorbió con desagrado ese liquido viscoso negro y tibio.
La lluvia arreciaba.
Recordó los tilos en el camino un día de otoño,
y aquella mujer que le había sonreído al corazón.
Recordó, y en ese pequeño acto,
la sangre recorrió con ardor sus pupilas, sus mejillas
y sus manos.
La herida en su costado volvió a sonreír.
Creyó estar bajando de un animal ruidoso en
medio de una llovizna;
que alguien se acercaba y le decía…
Nos están matando…
Lo beso y le deseo lo mejor. Cree, le dijo; cree…
Y creyó estar en un largo, húmedo, en eterno sueño…


sábado, 10 de diciembre de 2011

Esmeril

Un truco que truena entre nudillos de seda leve.
La maravilla
octavando cóncavos
a suene y destierro. No hay corolas
ni gansos fríos,
murmurando el borde de una película que come
todos los enemigos necesarios.
El piso mueve su anzuelo,
los nominales se desgajan atando círculos en el aire;
y el motor se oxida
en un quiebre repentino.
No hay deshonras
ni lujuria que describa en la exactitud, la mirada del
piloto.
Navegantes que se esquilan,
nubes vacías,
y el croar creciente de cientos de tantas enaguas.
Pifian los nobles arcángeles
sus descuidados confines,
y al error humilde le corresponde el graznido
de la luna;
y al peculiar tanteo de las plantas contra el viento,
una confusa y erosionada
visión. Beso prófugo,
trinche de leche.
Armemos el mundo.
Armemos cada fatiga de vino dulce,
cada colisión entre lava y leva.
Foca de plumas tristes;
entre los sobrevivientes emergió alguien, quien volvió
a verter magia silenciosa entre arabescos de
metal.
Armemos el modo,
la curiosidad de un soldado acariciando el agua,
entre buzos que buscan
el misterio de la amada.
No hay porción ni mención en nosotros;
te debo una buena oportunidad,
el corte de la crisálida
y su vuelo,
la característica de su color
y el sonido
al masticar sus dedos.
Sangre bebida en un grito entre huecos.
Algarabía de ciudad abandonada, sitio injusto en donde
pájaros oscuros esperan que la noche caiga.
Esmeril.

lunes, 17 de octubre de 2011

Casualidades

Ubre de alba.
Manicura de los dedos flacos.
Gozaría en pensar que pensando, las cosas se originan en un chasquido de lengua, gramática de lo pensado.
Hubo un tiempo tórrido, enfermo en meticulosidades.
Las lágrimas urgían un veneno para lo que dolía.
El dolor animal es casual.
Lo enciendo en silabas, enumero las monstruosidades: dormir, dormido, durmiendo.
Durante un tiempo, tu vida durmió en siestas, en coros de sueños, en calidad de convicto homicida soñado.
Pero, nada es como costra, sensación de lo labial, la deconstrucción enferma de lo dañado en realidad.
Habría podido salvarte el pellejo, recuperar con incienso lo deseado.
No creo.
Ahora es deshora, horadado, agujero en el cuello, casi en trisas y a traspiés.

martes, 20 de septiembre de 2011

Piedra I

Es difícil describir a una piedra.
No late,
no como conocemos que laten las cosas.
No finge,
ni siquiera peregrina por la piel
incierta de la noche.
Es difícil saber
que siente cuando llueve lejos,
o en que forma escribe
el nombre de su amor
en el espejo
de los años.
Una piedra no llama a gritos
a los recuerdos
ni se enfurece en las penumbras
de un adiós
que se pierde, puerto de invierno,
lagrimas de inocente.
Una piedra
es la continuación del silencio,
el sonido de la muerte.

jueves, 21 de julio de 2011

Laberintos

Me perseguí por mundos enteros,
con cansancios cristalinos,
como el barro en los párpados,
y los oros pastando
en la superficie de mi ignorancia.
Me he perseguido por gigantescos
edificios,
edificados bajo palabra,
entre guirnaldas de papel
abandonadas por el viento,
y esos esqueletos
sorprendidos así como así,
brindando por la vida,
silenciosos huesos blancos,
carne
en rutilantes guiños de leve cielo.
Me he perdido
en mi mismo,
corriendo por ahí,
esperando.
Solo la palabra vale en el sopor del
pesado infierno,
solo ella
en su laberinto,
bello laberinto.


viernes, 15 de julio de 2011

melhor.

Timorato, desparejo, vil enano, sucio de tierra solo adentro.
Locos de atraso con cuerdas en los dedos, te llaman alimentando sus babas negras de redecillas color uva. Vas a ir, se te rompe un taco, la corona de un rey depuesto. Avanzas, a ambos lados, una multitud ruge conteniendo la sangre. Te encontrás con el resuello comprimido entre la trampa y la sensación heredada en cemento chirle. Alguien hace sonar su mandolina. Una cuerda corta y otra extrema, una estrella de puntas romas y cuajadas. Observo que ojos no tenes. Suficiente, se acabó el tiempo. Una escuadra se toma por error todos los motivos y te defiende. Entonces, ¿quien comienza a hacer trampas en el juego? Se te hace corta de dedos cortos de defensa corta.

Un crepúsculo activado por la enunciación de números.
Cuatro o cinco, pero lejos.
Una danza de orillas.
Una franela.
Te molestan las cruces, el enigma de un rostro lastimado que no se achica con el veneno. Los dioses en un escenario mostrando viejas estampas,
y la corola se empapa de lánguidos,
y el licor comienza a tomar parte de tus leves,
nada detendrá a los hijastros necesarios.
No es imprescindible que mandes una carta,
o un mensaje,
o cualquier forma de lagaña.
Sobre la plaza aletean las crisálidas,
el vil enano
moja un pedazo de pan en lágrimas
y las convierte en mariposas para su solapa.

Encantado de conocerte.

manza.

Ella se me acerca desbandada.
Es una calle oscura; y me dice: Laucha, pudre de ojos para palabras.
Y se quita lentamente los ojos. Luego, más atrás, y después nada.
Me quedo quieto ante sus despojos. Ante su despojo. Los arrabales, mas arriba, miran huecos en los huecos, y más agujeros; y más allá.
Me salgo del boquete. Algunos se acuchillan ante mis dedos enmarañados, pero no puedo ver que busquen algo entre la sangre y los flecos y las gráciles uñas que despilfarran trocitos de tetas o panza o flema. Me salgo de los lindes. Una sombra oxigena temperas quietas dejadas entre polvos, lámparas o numeradoras usadas por ausentes. El pegoteo de los vientres unidos por un hilo de salvado. Entrega inmediata y sexo escarchado. Miro el momento del foco, la estupida anunciada en un suburbio de mantel sucio y leo:

Lagunas de perfil, ausencia de las liebres.
Más allá de la velocidad, entro por decir
que no cabe ni una de las palabras que aun decaen
solo por quererlas demasiado
o no darles maíz o termita por dentro.
Salven la lengua. Encuadernen su bilis
en una opaca suavidad
que las salve.
Lenta, suma el copete. Los necios, negros. el plexo
de tu aldea.
Hay una plazoleta de mechones de nardos
en tu fiesta.
Olisqueo el candor de la cuerda alrededor
de tu cuello.
Madre de lámparas y tornillos,
¿te habré dejado
para dejarte?
o simplemente es la tramoya.
Oigo el motín,
lo oigo,
pero espero no cruzar por el celo.
El olor cerca al patíbulo,
lo hace enmantecar
al corazón.

sábado, 9 de julio de 2011

NP

No veo más que ciertas risas sobre la luz,
sobre los charcos de orina de la noche;
y sus pasos, apenas dos o tres más allá del movimiento de mí
corazón
arisco y en brumas,
como un soldado entre los deshechos sucios de un planeta
aterido.
Hemos desembarcado en el movimiento sórdido de la muerte,
dice el niño que se asoma
entre los imaginados suicidios de la comida recién hecha.
Pero,
y apoyando mi oreja al suelo
auscultando el camino,
digo,
y me desprendo de cada palabra como si obtuviese
después
navidades en llamas
o cosquillas que enmudecen el recuerdo y lo hacen
pegajoso,
una silaba obscena de un Dios oscurecido por el amor.
Digo,
no soy más que un rescoldo tuyo
que se va enfriando,
que se va
entre las sonrisas vagas de las olas que ensucian
la televisión,
mis rodillas que tiemblan
como un pezón adolescente.
En fin…
Después de todo,
lo que se va definitivamente,
es parte de la carne de la noche.

miércoles, 22 de junio de 2011

Poema

Les agrieto las glándulas, como en un dulce juego de lupanar,
y agradezco no sollozar cuando recuerdo que hay heridos
que me hubiese gustado orinar con olvido;
pero no me comprometo a ese silencio oxigenado que nos embota,
a ese juego perverso de nieve con orquesta que se inmola,
y los dibujos en las paredes, alabastro chino que no cuenta,
cuanta revolución incruenta, enferma en sagitario,
cuanta mujer que se escapa por los bordes ensangrentados de las cortinas.
Yo enumero,
la compañía exagera el número de estrellas que me muestra.
Nos vamos perdiendo, envejecidos en nuestras propias deposiciones;
unto con energía el amarillo real del líquido que pasa por los intersticios de la oscuridad azul, y acomodo sobre mis huesos la grasa de tu ausencia.
Se es real en las pesadillas,
con los dilemas austeros de un sueño conquistado a fuerza de no pensar que me temo que soy superfluo cuando conquisto y provoco que la sangre riegue las escaleras de piedra y me despierto enmudecido de transpiración y fastidio y oigo que a lo lejos, en la maraña de la amanecida, hay sirenas de barcos entrando y no con Ulises en cubierta, y un sinnúmero de olores mezclados con dulces resuellos y prácticos amagues de espuma en la quilla de lo que se arrastra entre las uñas sucias de esa que espía como demuelen a golpes a sus hermanas poseídas,
aprisionadas por las culpas de tener cogote y no pezcuezo o cuello para ser besado,
saliva de escoria y los cánticos a un Dios edulcorado que todo lo ve pero que conoce apenas escaso, el berrinche coloquial de sus putas en celo.
Trasiego en centellas el caos ordenado por la amanecida que entra en puntas de pie, acaso para no despertarme y hacerme querible,
acaso para no conquistar mis escalones de piedra con mi propia sangre que escribe un bonito charco en una de sus estupidas sonrisas.
Caliento agua para un te.
Me pongo en solsticio, las maletas hechas con harapos de piel que utilizo en ocasiones para no saber que el verano sumerge las islas y que el invierno reinventa las ecuaciones para probar que no hay secuencias que se cumplan a rajatabla y devuelvan a la superficie, lo que el verano ahogó.
Miro las uñas sucias del paranoico, se esfuman los amagues de violencia.
Hay exageraciones manchándome por encima, las ubres frescas de la que suda mintiendo, Liberace tocándose en un baño clausurado con espanto y alguien pensando que con solo estrangular se sacara de encima las manchas.
Mientras la vida miente, las palabras se pronuncian con poca capacidad de interés, no hay vocablo que sobreviva.
Las señas ocupan un lugar no previsto.
Me siento en la mesa a tomar el te.
Tomo con despreocupación el asa de la taza y siento el vapor caliente cerca de mis labios, amago un suspiro de aire frío para entibiar la masa hirviente.
La boca de un volcán.
La vagina de una boca que suspira aire caliente y los creyentes silban de entusiasmo y soy apenas un espasmo rojo que se acuchilla de ignorancia ante la cruz del que fue martirizado.
Y preanuncio las consecuencias de alguien, otra vez ese desconocimiento, tendríamos que llevar nuestros nombres cosidos en nuestras frentes toda la vida y no seriamos esa masa que humea, infecta, esperando la esperanza en un anden en el que se abordan los trenes a la muerte.
Y preanuncio las consecuencias, intento otra vez abordar lo que venia balbuceando pero no creo llegar a lo no dicho de esta forma.
Suena una música en una calle de Madrid, no veo la hora desde acá pero se que es tarde, dejo la taza semivacía y otra vez obedezco las ordenes dadas desde el comienzo.
Los detectives deshilvanan.
Los hay de variopinta característica, malsanos, carismáticos, contraproducentes.
Ella se monta y se mantiene mientras la penetran,
los muertos otra vez se reproducen.
Cuento los árboles en la arboleda.
Cuando llego al décimo sexto, me detengo.
Paisajes que enmaraño con la promiscuidad de lo aparente.
Me apena que te hayas ido.
No solo por lo que rompiste
sino porque
todo este universo cabía en el beso aquel,
en aquel pretexto,
en la forma descarada de reírte
cuando dormías,
cuando eras
parte de mi amor.


lunes, 6 de junio de 2011

En el cementerio

Una lapida
herrumbrada de flores de esas sin pétalos ni fragancia,
esas que supuran color
y se enamoran del aire estancado, húmedo,
por entre las larvas azules
que me escupe el tiempo.
Y dejo, entre tus manos muertas,
de mármol seco,
un ramo de flores frescas
llenas de suburbio,
de universos de belleza súbita
que estalla
en los rostros
que huyen del gran sol engrampado
encima de esas nubes que solo memorizan aire.
En la lapida
aterciopelada de pájaros,
guiones secos que se mueven a la velocidad quieta
de un murmullo,
dejo que la flor verdadera se disuelva
en tu memoria,
en lo que dejaste,
solo un olvido que es miga de pan flotando en la leche
huérfana
de una luna sin noche.

martes, 24 de mayo de 2011

Costas

Recuerdo haberme acercado tanto
que no distinguía a un ciervo de una alondra,
aunque me dijeses que los dos volaban
en un aleteo tenue
acaso algas de lluvias intensas o ciertas costas
a la deriva del amor.
Recuerdo al naufrago varado
en un renglón de la noche mientras el ruido
de los hielos resquebrajándose
en el tibio sigilo de dormir juntos
mirando el sol sostenido
de la piel tirante.
Y en ambos casos, la recurrente pregunta,
alzando los hombros hasta enmudecer guerras;
quizás fuimos en el más inteligente de los sentidos,
el aroma a enamorarnos de las uvas que colmaban
las horas,
o el tiempo mismo de permitirnos taladrar
con las lenguas el paladar dulce del uno sobre
el otro,
de insinuar que navegábamos juntos encima,
tan encima que ahora, aun creo ahora,
estoy encima de ti,
encima de tus costas,
enmarañado suave
por entre arenas y encima, solo encima
de ambos, muy juntos…

jueves, 5 de mayo de 2011

Amor

Nadie me dijo que habías dejado de ser por la mañana.
Te busque,
entre vendas viejas que colgaban del cielorraso recién
lastimado.
Pero, nadie me dijo que vos no estabas más.
Y eso que los vi;
y les pregunte a todos y a cada uno
si te habían visto.
Será que el repetir deja de hacer misterioso lo no dicho
en su momento,
será que dejaste de ser por la mañana.
Y ahora, cada atajo que hago por mi cuerpo, creo verte;
pero solo es frío,
es frío que moja los charcos de la cara con la que
ando por acá.
Una de amor; repetida.
Hasta el cansancio común de las tantas tardes que se ahorcan
jugando con la oscuridad,
hasta hacer que todo sea antiguo y de un final lleno de
ausencias.
Pero ahora,, siempre que me dejan, te busco ensayando
cara de naufrago
en el océano agujereado
que pierde silencio en sus rincones.
Siempre que me dejan
limpio los vidrios enmohecidos,
y a otras confundo con vos,
y a otras les pregunto en mi confusión,
y no entienden,
y se asustan y se van
tan rápido que me pierden en seguida.
Pero insisto; y te busco.
Una de amor; repetida…

sábado, 30 de abril de 2011

En la atalaya

He visto los contingentes venir de donde el infierno se esparce.
Callados, con rasguños tan profundos
que pierden hilos de conversación por ellos;
y los vi pasar apesadumbrados por horas y horas que
me parecían los intestinos de la maldad
entre las flores secas del tiempo,
allí, donde el sol se esconde por las tardes.

Soy el último que almacena palabras. Todos los demás,
desde el maestro hasta el ultimo niño que ha deseado
mojar su lengua de cristales de colores, han
desaparecido. Los he visto salir al campo de batalla,
y morir abrazados al hedor último del último
aliento humano. Los que vuelven, vuelven callados,
sin boca, solo alimentados de un miedo que
duerme entre las muelas y en los huesos sonoros
de los chasquidos que el corazón hace cuando es
solo un corazón.

Y desde arriba, desde allí donde te vi salir una vez
y no volver, y desaparecer así, simple y sonora como
una estampilla que se quema en un fuego de madera dulce;
desde allí te vi ir hacia lo desconocido, hermosa
con el sopor de las velas que inundan de una luz helada
los recovecos de las cuevas… Pero, no era esto lo que quería decirte…
Fingía mirar como, allí abajo, cuando las puertas de la ciudad se
abrían, un grupo riguroso de gente, se hundían en el barro
del camino.

Jugo de trincheras. Las plantas favoritas de los ciegos son esos árboles de preciosas gemas naufragando en arcilla estruendosa; y veo como alguien trastabilla y cae abierto de dolor en medio de su propia negrura. Somos negros por dentro, adentro llevamos las noches con sus peores pesadillas; y cuando nos abrimos estallamos de espuma negra, de rancia espuma negra. Esos que corrían bajo una lluvia de escombros, abiertos de par en par como puertas descoloridas y un grito lastimoso saliendo de sus bellas gargantas que antes usaban para decir te amo, voy a estar contigo el resto de nuestros días… Pero ahora no es más que la entrada a la cueva, con la luz de las velas interrogando…

He visto los planos de las almas, con sus gozosas enredaderas, con sus lirios perfumados al borde de los ríos eléctricos, con las consecuencias incandescentes de un beso en los labios de la vida. Y me he sorprendido con la presencia natural de los cielos bordados, de las perfumadas sonoridades de los sueños… Pero todo ha cambiado… Al partir, ellos se llevan lo poco que tienen, sus equipajes, la capacidad de sus prioridades, el sonido brillante del proceso universal…
Te vi salir por las puertas, y ya nunca volví a ser el mismo de momentos antes… Los veo irse a todos por las rías mortales, como millones de peces boqueando por la falta de agua, por la inexistencia de un dios que los abrigue, les de animo y misterio, los acongoje en el claroscuro…

He visto pequeñas atmósferas desvanecerse en zánganos que atraviesan la codicia, sin inmutarse, en el ruido propicio de un enjambre en movimiento; y los codos de los árboles despellejándose en signos, en acuosas gotas de madera tierna. He visto sollozar estrellas… Venimos al mundo a ordeñar amaneceres, a embellecer las tripas, a enmarañarnos con las codornices… He visto complicar velocidades a destiempo de esa imagen que roban los espejos en las madrugadas, en las sabanas inmensas que tienden a lo largo de toda la superficie de la luna…
Y sin embargo…
Y sin embargo…
No hay barro que se seque en la penumbra de otras lluvias, en las botas secas del que ha muerto, del que ha muerto lejos de estos puertos, de estos puertos [olvidos de sal] entre nubes que el mar da como bostezos apergaminados, da como telón de huesos abandonados, huesos intensos, carcajadas intrusas…

He visto…

Madre de la muerte

He naufragado, Madre de la muerte,
como me dijiste, abriendo bien los ojos;
y me he encontrado con pimpollos de carne con sangre
en los labios, y un atroz mentiroso
adornando los bosques que crecían en mí pecho.

He seguido casi devocionalmente
cada uno de tus dones,
hasta conseguir que a mi pesar,
cada piedra cuelgue de mis dedos,
cada dedo dibuje
el dolor del sol en las paredes,
cada pared este encinta
de gruesas muescas.

Y en verdad, te juro, Madre de la muerte,
no he acariciado nada tan turgente
como mi oscuridad,
nada tan agradable como mis heridas;
y en verdad siento, Madre,
que todo es un misterioso vaivén de
lluvias bajo el agua,
todo no es mas que el motivo
de un ciego en guiarme
por las sombras.

He naufragado, Madre de la muerte,
y ahora mis huesos,
como tú lo dijiste,
resplandecen en el patio pobre de esta tibia media luna.


domingo, 24 de abril de 2011

Bajo ciertas condiciones, uno no tiene que abdicar;
abandonar el reino ante la calamidad mas cierta,
irse, en cierta forma, con sus cosas a otra parte
y dejar todo lo que ama, incluso a si mismo,
abandonado a su suerte.

miércoles, 13 de abril de 2011

En Guerra

En guerra habitual, como es habitual lo que nos pertenece, y vuelve cada vez con mas fuerza, deshaciendo lo sostenible, porque esta en nosotros, en nuestro espíritu perdido. Nos pertenece el salvajismo; las guerras del dinero y de la venganza. Hay guerras interiores que recorren su espacio físico sin dejar memoria. Hay noche en las cosas que nos pertenecen. Hay noche en los ojos del moribundo que dice llamarse como nosotros, que tiene el pecho tatuado de cosas no dichas. “No tuvimos noches juntos, de esas secas, como moscas secas en las telas de las arañas viejas. No tuvimos melancolía de amor porque, supongo, nos urgía ese estar juntos, secos, como peces en orillas multicolores de una vida en rebanadas. No tuvimos redundancia leve, toc-toc del amor que reverbera adentro del corazón y del pecho y naufraga, en el mudo disgusto de la tormenta que se va y no vuelve. No tuvimos la humedad del ardor en las entrepiernas, el licor que nos supure de la lengua para afuera en los rincones eternos en donde guardábamos viejos polvos secos como tiernas arañas disgustadas con el olvido.” Podría enumerar mis muertos, mis heridos graves, el sollozo devenido en lamento de las piedras. La ausencia total, absoluta de melodía en el articulado del cadáver que se fragmenta y se queda en la hierba que lo cubre de toda suposición y vanidad. “Luego de la batalla, el campo quedo sembrado de enemigos. Los amigos saquean los huesos de los que quedan. El cielo se cubre de insectos y otras larvas, el olor dulce de la siembra los atrae, me quedo mirando como me desmenbran, sacándome lo que ya no me sirve ni siquiera para deshecho, para abono de la tierra, para nada. Miro los sucios destellos de un sol que se muda y tiñe de oscuro lo que aun no he visto y me quedo, seco, raíz sin tierra, para quedar allí, tendido, a merced del tiempo y sus secuaces.” Hay una guerra verbal inmiscuida en el habla cotidiana del sujeto que observa la rapsodia obscena de un cuerpo herido. “Sebald decía que los aliados bombardearon a la población civil alemana (indefensa, refugiada en los subterráneos berlineses, con el temor al ruido ensordecedor y a la oscuridad) en “demasía”. Venganza por lo hecho, por haber cuidado y ayudado al huevo de la serpiente, por los horrores que aun hoy (mitad de 2010) siguen sucediendo en Francia con la deportación de la etnia gitana porque afean el espacio publico Europeo. Y a pesar de tanta lagrima, aun no se lavan las veredas con los coágulos de sangre que las “Ligas Patrióticas Argentinas” hicieron salir del cuerpo indefenso de un judío al que obligaban a cantar el Himno Nacional Argentino, solo salían por su boca, los dientes blancos, en un cercano 1920 o alrededores.” Hay pequeños destellos de cada noche en la noche, y los patanes que deambulan peatones, y supura la luz aguachenta del agujero justo encima de los pequeños poemas desinflados. ¿Para que recojo los restos de estas inútiles palabras? La guerra es una extensión salvaje de la ternura humana. Nunca veras a los animales en guerra, aunque, silenciosamente, hacen rondas y vigilan; sus ojos pueblan las mazmorras vacías y dejan huellas blancas en la arena indefensa. Ellos nunca entraran en guerra. Solo el hombre utiliza el eufemismo, le devora los hoyuelos y enmudece ante el diluvio tibio de tanto dolor. No hay guerra ciega ni tonta. La guerra es una noche interminable con olores sobre las formas, cruentas formas en la codicia por el lugar del otro, el conformismo del otro, su suavidad, su destreza. Cuando con los labios no alcanza para silbar de memoria, entre el ruido seco y duro de la muerte entre los escombros. Y recuerdo que había una palabra que aludía a la patria, con simulacros en las vocales y una ausencia en la condición social del acento ortográfico en descubierto. Hay noche en la guerra, en donde todo se detiene unos metros y retrocede al ámbito de los sueños.

martes, 12 de abril de 2011

Delinean

Es menester parcelar el cielo, y ponerle nombres a cada uno de esos lugares azules; de un azul profundo, que tienen lámparas que brillan, mientras debajo (creo que ya lo dije), otros duermen y no son distancia. Voy a procurar darte una parte del cielo para que vagues y les digas a los demás, esta parte del cielo me la regaló un poeta para mí, y es mía… Y en ella podés, si querés, entrecerrar el alma e irte, solo un poco, solo un poco de tibia frugalidad, así con el alma en parpadeo, podés, si querés, besar apenas, un roce de labios tenues, el sabor dormido de aquello que alguna vez fue bueno, y volver a ver crecer ese pequeño sonido a alas plegándose, o a sitios en crepitar apenas leves, como rozar los labios, en un beso dulce de parpadeo de alma…

sábado, 9 de abril de 2011

He dicho de sacar las sombras de un verso cargado de oscuridad

El olor salvaje de comida a destajo, y el vaso de un vidrio opaco en el sabor suave de tus labios pronunciando mi nombre a pocos besos de distancia, amago con molestarte ajena, resplandor quejoso que solo se reserva al témpano oscuro de la tarde.

miércoles, 6 de abril de 2011

Blindaje

Sangran las plumas su dolor de otros. Frescos, sanguíneos, y un dilema de silencio social. Secuestran al sol y lo mantienen cautivo al asombro; no hay monedas que se expliquen al candor de cada mano; y los anillos de saliva y la cueca zurda. Sangran los sesos y el monótono fluir de piernas ortodoxas. Chinches de azúcar, pulgas subterráneas, y la esponjosa historia que se adivina en cada surco de lastima… “Mi memoria es frágil. No recuerdo con que nombre fui bautizado en aquel momento. Pero si se cual fue el método utilizado para nombrarme. Se tatuó en alguna parte de mi alma lo verdadero. Y en ese momento, con la anuencia universal, se concedió por vez primera el menor augurio, el primer nombre. El mío. Tanto y único. Mio”. Trucos pobres. Hay alguien encinta y no es el sol encinta. Pedigüeños ansiosos en el moderno nosocomio. Antes, la muerte golpeaba sus nudillos a la puerta. Pero nadie queda con gusto, nadie se emboba de barros pasados para pasarlo por la piel blanca. Oigo algunos aviones vagando, oigo enormes revoluciones en enero; es el postre del perro. Una luz azul que se cuela por el cuero del marinero, hierve el mar de lejos, hierve en el recuerdo la vista de la infinita luz que de tus ojos sale. No hay pormenor. Que será bueno para este dolor? Un gigante abandonando la batalla detrás de una morsa voladora. Los pies me duelen, andando tanto, en círculos duros, en círculos de carne.

Gestos

1 Una luna guía a los guerreros en su iniciación. Los escarpados recovecos del corazón de esta tierra van quedando al descubierto. Que manera luminosa de morir, pequeña mariposa… Que monstruosa arquitectura atenúa el fuego a pura ceniza y rescoldo. Nos hemos visto pocas veces, pero cada una de ellas sirvió para que mis gestos reafirmaran tus colores en el paisaje… 2 Laboriosamente el frío cincela heridas en los retoños de la noche. Navego mudo por mis estrías; por las curiosas formas que el tiempo se lleva río arriba. 3 Hundo las manos en el agua. Bajo ellas se deforman, toman otro color, languidecen. Me refriego los ojos ante el malestar descolorido. Uno los puntos que ajenos, danzan alrededor del dolor. Alguien cae mansamente acongojado. Alguien se resiste a caer en la tentación de tocar el fuego y despertar… 4 Una luna vigila que menstrúen los Ángeles blancos; desiertos engañados cobijan besos deformes. Me siento en una piedra. Miro la claridad de la luna; alguno de los Ángeles berrean buscando nuez moscada. Me escapo…

lunes, 28 de febrero de 2011

Sangre

Las manos arrastran a sus dientes, los restos suaves, la huida absurda
de la sangre de su recinto, de la seca almohada que se absuelve,
de la cama inmóvil que late cuando la arena de su tiempo se endulza
y naufraga, de los goznes de carne que sujetan al enamorado y su
cielorraso engrillado.
La maravillosa confabulación de los amarres transcurre en puertos de
venas abiertas como anagramas, como lenguas.

martes, 8 de febrero de 2011

Confieso que por este tiempo me ha dado hacer poesía


Calibrar pequeños
(como a hurtadillas)
paisajes de encomiables guiños.
Eternos pasajes por en medio de espejos adolescentes,
y un guiñapo apelmazado
que sirve en las galas en donde mi cerebro celebra.
Y entonces invoco estelas
como en esos viajes en donde provoco archipiélagos cósmicos,
hendeduras del tamaño fresco de una larva,
o celebres cánulas que conectan mi corazón con venas suntuosas.
El labriego lisérgico es una esmeralda de espaldas,
y se ríe travieso sin tocarse, apenas visto.
Es el fin de mi guerra,
de mi agonía.
El final perplejo a esa travesía que simula sincronía.
Entonces, trasiego frescas y tibias
tardes
en la espesura de pimpollos,
agoreros mandobles a toda clase de cacerías.
Un sitio, imploro solo un sitio
en donde deshacer tranquilo las muescas.
Pero, y a punto de rebanar el sigilo,
no contemplo esa forma de esparcir mis madejas
por el imperio del abecedario;
no promuevo sensiblería,
es solo que amago pertenecer al cielo y ese otro reino
me sonríe y luego desaparece, como hueso en la ceniza.
Hay una forma de perseverancia,
hurgo en el acomodamiento de esas tierras que no se ven,
vastas, inexorables;
culebras en el sueño de las ramas,
salobre condena
en el té dulce apenas encierro.
Provocado a sueño,
duermo
con las desveladas amas de la eternidad en los párpados.
Un ruido;
el desliz de un ruido
en plena faena de arboles exangües.
Los han reducido a su esclavitud de pie,
en el preciso lugar de raíz y de sequía.
Pero, no hay nada que me conmueva,
solo exijo fragancia,
inmóvil al lado de un querido amigo inocente
esperando ambos el vuelo ardiente de las arpías.
Y mantengo,
mis piernas duras en espera pétrea,
los ojos erguidos
en la búsqueda profana de alguien ensimismado con su lengua,
apenas un vocablo como anuencia
mientras los pájaros
picotean el cadáver yerto de una oración temblorosa salida de unos labios de miedo.
Como prejuzgar lo acontecido,
enmiendas,
excusas,
dádivas; los dedos chatos de acariciar el hueco en donde antes hubo fuego.
Y los sesos nadando
sin profundidad
sobre la superficie escamosa de una herida que nunca traerá lluvia fresca.
Estoy aclarando;
es parte de la humedad sabrosa,
sabrosa humedad de mujer que baila
en la oscuridad pozo de su sinrazón bella,
esquina sanguínea de trama
que no escalda,
solo construye con serenidad
las bellas orquídeas que de lejos empapan el efímero resplandor de un ejercito en agosto y enfermo.
Más es en vano,
digo,
la tersura de una noche que se sumerge y sale,
derroche de alhajas
sobre la arena,
y eso es todo.
Escapar
en un metro de augurio,
y oigo sonrisas detrás de la nuca,
y el olor
a sinuosidad,
y mi mantener los tornillos encerrados en sus lugares acostumbrados.
El limpio aullido de la velocidad a los costados.
Cada paso, un paso que se precipita hacia su propia casualidad.
Meros combates cuerpo a cuerpo,
en vahídos,
en pronombres que provocan la asiduidad de esos botones
lejos de ojales y leches leves.
Me pongo de prisa en pie;
la avenida es una esquirla que arde asomando su clavícula sobre mi camisa, y los goznes en sombras que sudan su esfuerzo cerrándose,
ampliando esa brecha marxista
de enano y vegetal.
Pero, y a modo de final de tertulia,
festejo que hay renglones en pausa
mirando,
exhibiendo una complicidad sedosa
con el cierre genuflexo de mis latidos sobre los dedos de esto que os escribo...














sábado, 22 de enero de 2011

Perchero

Los ojos empuñan paisajes,
y mi hombre
cuelga de un perchero;
su piel, supongo
que sin venas, no hierve
ni se anticipa
en mi memoria.
¿Cómo podría descolgarlo?
Solo sugiriéndole cosas,
como que he sido victima
del amor,
o nos dijimos todo lo posible de decir
cuando la saliva abandonó la boca
y era hora de besarnos.
Pero, digo,
el centro del universo no es físico,
es una breve reseña
del dolor,
es un espasmo del
cristal que rompe la muerte,
es la caída
del color de la mejilla
cuando la cara se refleja en un espejo.
¿Como podría salvarlo del perchero?
Tramos cortos de risa seca
entre los árboles
que huelen
el aire previo a la noche,
el pánico que duerme
junto a los oficios
que dejamos
cuando nos toca dormir,
y la sonrisa,
esa de no mostrar los dientes
porque la prisa de las
luces no es prioridad
del agua.
Claro, es tu nombre
el que sujeta fértil
por entre las sobras
de lo que fue,
pequeñas muescas toscas
en la seda que reverbera.
Pero, ¿como podría descolgarlo del perchero?
solo entremezclando
sus cenizas con las mías,
acariciar su desnudez
para que no se enfríe
cantándole una canción
que no conozco
pero que no me es indiferente.
El, sigue colgado en su perchero;
yo, recogiendo los harapos
que dejan los que amamos
cuando se van,
por esas cuestiones que,
pienso yo,
tienen que ver con la certeza
del amor,
y no con el descuido
del que se va sin irse,
como yo.









Que

¿Que quisieras que te cuente,
en que color,
con que dicha,
como la quieres,
en que idioma,
en cuantas habitaciones o lugares?

miércoles, 19 de enero de 2011

La soledad del riñón

Hemos constatado
la presencia de tantos huesos en la inmensidad de este cuerpo
que es condena y laberinto.
¿Cómo podría rearmar mi amor ahora que no te encuentro?
Y el féretro engarza los distintos caminos
que componen la muerte.

jueves, 13 de enero de 2011

Decadencia

He resuelto,
lo digo aquí y ahora con una serie de testigos improbables
y pecaminosos,
no nombrarte más.

Tomando esta distancia sideral que hay en esta hoja
y que va retozando por las escandalosas losas
que componen este material iridiscente,
no voy a olvidar en nombrarte
cada vez que algo horrible me suceda.
Por ejemplo… Por ejemplo.
Que el cielo se endurezca,
que el techo duela,
que los bordes de los muertos me sonrían,
que cada palabra
se deshaga en tinta de Australia…
Y así, hasta que nos ahogue el amanecer.
Pero, si consigo olvidar tu nombre,
que creo es lo que me va a suceder,
mis jardines serán bendecidos por
esos objetos
que se quedan mirando mi estar parado
en ese mundo quieto,
de modo irreversible,
en una silenciosa y protectora banalidad agobiante.

Eh, amigos, he muerto en vida,
vengan a ver mi descomposición,
varado entre Esparta y Antioquia,
mirando cada letra que se forma
cuando gotea de mis venas
solo tinta de Australia.


lunes, 10 de enero de 2011

Montaña

Casi me cerceno los dedos
mientras manipulo los cables en la saliente
rocosa de esa montaña.
Y ahora, me veía la mano aferrando
el vaso humeante de cerveza.
La música ponía fuego a los cuerpos,
y la mayoría, hombres de poca gracia,
se movían al compás de un titiritero
enfermo.
Me tomé mi vaso. Miré las manos
temblorosas y las ubiqué en lo alto
de una saliente rocosa, mientras
el viento empujaba y secaba la
transpiración.
Los cartuchos quedaron
fijos.
Me alejé trastabillando.
Grité.
El viento seguía secando
cada palabra, cada movimiento de
los hombres.
Luego, el fuego.
Fue una explosión seca, con un hongo
rojo que arrancó de la mejilla,
la parte de la carne, dejando al descubierto
el hueso blanco.
Intenté quejarme.
El viento golpeaba
con una fuerza demoledora.
Volví sobre mis pasos.
Las botas se hundían en la tierra floja.
Encontré el primer cuerpo.
Lo levanté y me quedé con la mitad
en las manos.
Era como levantar
un flan gigante.
Entre los dedos quedaron flojos los restos
de los restos.
Le cerré los ojos. Creí hacerlo.
Seguí trastabillando, el viento y el
polvo levantándose en remolinos pegajosos
hacían imposible que durara mucho tiempo
más erguido.
Tropecé contra una pierna.
Miré los descosidos restos de una
enredadera quitada con saña
de su muro familiar.
Intenté llorar; pero el viento
secaba con insistencia
cualquier amago de tibieza.
Era el centro del mundo,
una montaña desolada,
con varios cadáveres y alguien intentando
remontar vanamente el principio
austero de haber pasado ya
el tren, el andén vacío,
y ahora a esperar de nuevo
que otro pase, y nos lleve, de nuevo,
nuevamente a otro lugar.
Terminé la cerveza.
La música era estridente.
La transpiración cubría las camisas limpias.
La hora transcurría con ensordecedor desdén.
Me miré los dedos,
estaban mojados de sudor y cerveza.
No había sangre.
No había viento,
Solo el sonido sordo de un corazón a punto de estallar
en lo alto de una montaña.




sábado, 8 de enero de 2011

Salita de cero

“Entonces, cada uno cortó pedazos del cuerpo
de su compañero, y todos así, ensangrentados y
confusos, agradecieron al cielo...”
Anónimo.


Chupo
teta muerta, cara de cala,
gotea la esfinge de sus heridas.
No hay motivos para desaparecer, si nadie ha hecho nada.
Merodeo al animal que empolla
desgracias.
Sigue pegoteado el sonido contra los recovecos de la osa mayor;
mi mujer es una luz que encalla
de pus,
y no hay motivos para florecer, primavera rasa.
Oh Demóstenes,
han saqueado el rimbombante muelle que hacia virar parásitos,
han descreído de mallas,
han protagonizado,
y ahora, mi dulce, se emboban en credos que sitúan al rojo
por encima del alcahuete,
y mi honra, amor, se embebió de culebras,
culebras fritas en un tajo
de reina.
Candor apostrofado,
guiño de coliflor y enmiendas,
enanos guturales festejan el fin de la fragancia. Olores,
rocíos clavados entre buenas larvas,
y el gusto prolijo, Demóstenes,
por la salmuera.
No más mar por detrás ni enfrente. Chupo mi teta muerta.
Tánger,
la arena muerde mis muelas,
esto es demás
en poco.
Se oye cierto murmullo en la oscuridad
(rumiar de piedras)
contra el miedo.
Agua en las zumbonas mozas
que se regalan.
Regocijo de juglar granate,
sorbo de plática
un par de palabras,
un par y nada.
Mas, mas...

miércoles, 5 de enero de 2011

Cuatro

Juntaba estrellas
como quien junta caspa en las solapas.
Su vieja sombra encorvada
coordinaba enaguas con la luna.
Es una forma decía,
mientras se santiguaba.
No creía en los hombres;
y al alba, medio borracho,
medio dormido,
regaba las palabras…

martes, 4 de enero de 2011

bes.

Fijo la mira. Disparo.
Cruza la cruz, a no detenerse, en la velocidad hiriente de un no repetido con cansancio de Centauro. Los fuegos se desnucan. Hice del rojo una señal de ternura. Hice del debía una celda. Praga se nota en el descuento. Los labios que dan cuerda. El sexo es un pozo. Les negás, te nalgas a desnudar si no rajan la luz, si no se van todos, si solo quedan tus dedos hundidos en la gelatina sin dolor. Praga dominó escarcha. Fingís que te platico con los huesos. Disparo.

Hueso de lengua que no aparece en este tiempo ni en otro.
Huesos a dolores en la exclama de blanco célebre, cada cuanto un destete. Huesos de Troilo que buscan entretanto el modo de amurar el torso con la muerte. Hueso de agua que arde, o de pana en una claraboya, en la marina calva.

Fijo la mira. Un muro rubio. Una costa Croata.
Les hago una replica en mi alma, un lugar de claustros fijos, vacíos cortados. El señor de los recuerdos, el creador de minúsculos jirones de flores secas. Enciendo “el hacha para el mar helado que llevamos dentro” y golpeo con fuerza de libertino. Los olores se expanden. El honor es un puñado de guijarros distraídamente tirados debajo de la alfombra. Blasfemia.
Cigarrillos para legos. En la oscuridad estás.
Masticando el sendero que cruza hasta decir basta.
En los corredores claros de una biblioteca absurda, en Miller, en la concavidad de sus dolores, en la comba extraña que toma la noche para estallar entre mis pies paridos.
En el Cirro. En la manteca.
Entonces, los curiosos se juntan para verte, para ver de cerca y tal vez tocar el moño, o la criatura, o ambas deserciones.
Disparo.
La herida se despeña. Miras el Tritón, la agonía de sus pliegues. El monitor se desenrolla. Vida de Piglia.

Trenes en burbujas blancas.
Y el universo, lentamente, se apaga.

sábado, 1 de enero de 2011

aglaia.

Preparado. Das vueltas.
Moco el tono, como loco. Las ásperas de tu olor desbordan el arrozal.
No invoco, solo retuerzo.
El honor salado. Las alcantarillas nidos.
Los pobres de ridículo y sus crías.
La salmuera.

Ella canta en un tono de sangría. Se desboca el rumbo de ese sol estacionado en la comisura de su boca, como si encendiera el primer fuego de Babilonia hasta Roma y sus zánganos. Entona los trucos, tiende el ruido hasta obligar a que hable y cuente que hizo con los medos, con las algas, con cada pequeña y exuberante mancha de pezón coronado. Ella canta. Motivos para plicas. Exijo los ruidos del estero, el monóculo hervido a través de desaparecer. Despertador alumbrado. El día esta sucio. Protesto el enjambre, cada ojo que mira a los ojos. Solo sabré de enmarcarte.

Enmarcarte
con tiza de estepa, en un lienzo de guinda como nunca podría haberlo ni siquiera hilo.
Enmarcarte
en los sastres, en las acobardas que conozco por no haber sabido a tiempo despido.
Enmarcarte
laboriosamente, crujiendo cálculos de soporte para que no te hieras y mieles velando.
Enmarcarte
para liendre que no era. Para extrañándote el mote y los velos y las arañas destejiendo el desierto.

Y los cuervos graznan en un planear de hojas negras.
Quisiera poder presenciarlo.