¿Podrianos cambiar la pagina?


Cuando escribo, deseo.
Deseo que todo no sea mas que un pequeño jardin que cuelga de mis ojos, y se balancea al viento tibio de la memoria.
Espero no desaparecer.
Te espero.



viernes, 31 de diciembre de 2010

Escuchar tu voz

Escuchar tu voz
es morigerarse,
entretener a la bestia para que no se coma lo que amas,
que es imposible de sostener,
imposible en este reino de reinas,
en este movimiento de piernas flacas iluminadas
de monumentos a los caídos en desgracia.

Escuchar tu voz
es encandilarse,
desnudo con la fe en el barro tonto de tanta estima,
son inútiles legiones de golondrinas buscando la puerta al paraíso de la fragancia,
es ese chirle festejo del muerto en su obscenidad,
es el crepúsculo.

Escuchar tu voz
es amilanarse,
montar en el veloz vuelo de confín tierno de la ternura de la res en el gancho,
de la mirada perdida de la princesa entre los retorcidos hierros,
es la canción que nunca escuchaste porque había ruido a sol resquebrajándose,
retorciéndose bajo la luz de la blanda luna.

Escuchar tu voz
es desperezarse
en el movimiento inoportuno de otra lengua que retuerce estos renglones,
que bajan a la playa,
la arena se hunde a la oruga,
y el tableteo de las armas,
y el alucinado contando las migas que dejó el herido cuando se alejó de la ventana y había agujeros por donde se podía ver las tripas del sufrimiento.

Escuchar tu voz
es protuberancia fresca,
honduras de auroras,
es el momento gramático de pronunciar con cierto escozor un nombre opaco en el camino que da vueltas y se interna en lo salvaje de un corazón que fuga con sus muñones colmados de buenos paisajes y hermosas perdices.


miércoles, 29 de diciembre de 2010

huwawa.

Fijamente fijo. Fijado.
Enmaraño el esfuerzo; se teje el recién armado. Desde otro punto de vista solo se ve una cuenca vacía, el lugar en donde debías de estar, y no estas. El lugar vacuo, vacío, veces, estertor del cubo. Y sus fechas.
Martes.
Cenáculo de nudos. Corto el miembro. Como nudo. Creta. Cepo.
Lunes.
Pelambre de Agosto en cierre. Bajo la manga. Y los chicles.
Miércoles.
Entubo trusas. Truchas colgadas. Comida. Gato de mimbre.

Flexiono el amor.
Duermo con vos. Me emociono. Cocino.
Lavo. Despierto marinero.
Corro conejo. Impresiona mi cara entre las manos
intentando desentrañar un dedo.
Carteles que se descuelgan. Veo.
Aun cuando haga llanto,
¿aun será de noche?
Me muevo hasta conocer en donde estoy.
Es tan cerca
que me toco,
toco el silencio de arrastrar los pies,
de caer hasta el hilo
de la raíz y el fondo.
Toco la rala herida
en un tajo
que sonríe.
Y me descuelgo como un cartel. Veo.

Las danzas de las lámparas agusanando el aire cerrado de la recamara.
Un disparo. Oigo el grito de una serpiente. Quedo en un mar de escalones y empalados. Una voz conocida que se descorcha. Te prometen el crujir eterno y les crees. ¿Como no habrías de creer? No me crees, ni siquiera prohibís el ruido de la saliva sobre las sabanas. Les crees. Te crees. Caminas sobre la arena. Estas sola.

Se golpea una puerta como quien se detiene en una calle transitada a gritar un nombre
...

viernes, 24 de diciembre de 2010

mop.

Das vueltas. Preparativos.
Sostuvo la espada hasta que el cansancio, con un dolor igual de profundo, hizo que sus dedos resbalaran. Y ante los crudos de la muerte, él fanatizó el sacrificio, violó las reglas, cruzó el límite, engañó...
preparas todo; pero, todo es este punto, y estos días, y todo no se reduce mas que a este sitio en donde ninguno habla, a no ser por esos pequeños ruegos por memoria y secreto.
Entre los mismos objetos hay una guerra.

Mi mujer abandonó América en los ojos de un capitán de corbeta Turco.
Desde entonces, desconfío del mar.
Estamos juntos, tomados de una cuerda que gira sola en el viento; desde aquella vez, no quiero celebrar cada estado de sitio
como antaño
como antes
como antiguo.
Esquirlas en la cara, en los bonitos ojos de la bonita hiena que rasguña de celo, que no es como otros, que ninguno merece la patria, que ninguno de ustedes me oye, que ninguno...
Mi mujer es un dibujo en una playa de Normandia el día del desembarco.
Mi mujer es un circo de hielo.

Los encadeno a la lengua,
podrán sentirse olisqueados, mensurados, ordinarios.
Me tomo de un seco golpe la panadería,
me huelo los huesos,
esa es la grandeza de tu cama,
el lado azul que da a los sesos,
a los cansados vacíos que entre lluvia y lluvia, quedan.
Las enaguas se asesinan en las perchas,
una suave refugiada amamantó los libros
y los enseñó al señor.
Un negro con un brazo de lata.
Un encantador de jarrones.

domingo, 19 de diciembre de 2010

nebo.

Escoba de colores. Ciudad de clavos.
Los hombres negros. El celo particular de alguna mujer cayéndose en
profundidad de bacilo. No te quejes. No claves fantasmas en la ventana
abierta. Clavos que cualquier niño clava, porque cualquiera tiene
martillos en su hogar. Y afuera acechan los árabes, como desde hace tanto. Escuela de clavadores. Se les enseña a no desperdiciar clavando para que a ultimo momento se doble el clavo y haya que sacarlo para reiniciar la tarea. A tomar el martillo de la mejor forma y no hacer un esfuerzo inútil, y no cansarse tanto de clavar y clavar. Escuela que enseña que clavar, en que momento, en que lugar. Pero, a pesar de eso, los pequeños clavan cuando quieren, aburridos o absurdos. Clavan cualquier cosa, o se clavan entre ellos. Solo cuando un acero en el costado del clavado, allí en ese instante, se asustan y vuelven llorando a sus casas jurando abandonar el habito de clavar. Pero, a la mañana temprano, vuelven olvidados, la memoria frágil de clavadista. Y clavan y clavan, hasta que ya grandes y cansados abandonan el clavar y clavarse; y viven su resto añorando cuando eran jóvenes y clavaban, y se clavaban...

El resto, lo que resta, son pequeñísimos fragmentos de otra vida, antes entera. La suavidad de la marea, a fuerza de entrar y salir, de mover, fue quitándole aspectos, fue lijando cada arista hasta que las rugosidades desaparecieron. El sueño es una línea. Línea deformada en una vocal graciosa...

Nos encontramos de casualidad. Eras otra.
Ese día, los monos saltaban enjaulados,
y cada árbol era una explosión.
Caminamos un fragmento tras otro,
uno tras otro, hasta que él se asfixió.
Me pare detrás de un incendio; y me fui,
sin saludar. Era otra forma de encontrarte.
Los higos siguen siendo avellanas,
las alondras son paquetes de caramelos,
días rojos como corazón en polvo.

Clavos en maderas que clavan los azulejos.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Escorpio

Vísperas del Dragón...

Detrás de esa turbulenta humedad
que ronronea debajo de los pies,
hay fragancia a cierto día,
y un lingote que se desmenuza de lágrimas
por el descompuesto infierno al descubierto...

...No es más que la voz de Sir John Gielgud pronunciando
correctamente en ingles, la idea de Hamlet entre las ruinas,
sobrevolándolas, como un circo herido por la fealdad ociosa
del destino...

Y entre ceja y ceja, el ciudadano ve por primera vez al Dragón
pararse en sus patas traseras... ¿Acaso tiene delanteras?...
Y vociferar con fuego el desacato dramático a tanto destierro.
Y casi sin respirar, el ciudadano huye usando sus dos patas...
¿Acaso tiene piernas?... Para avisar a sus agusanados iguales
que las habladurías de los tiempos se han hecho presentes en
las afueras de un terroso feudo abandonado por las flores,
por los amaneceres, por el olor a bebe recién hecho...

Las dudas del héroe...

Nuestro señor no tiene sueño. No sueña, y amado por sus ricos
vestidos, acaricia el filo de su desenvainada espada. Acaso mi
señor desenvaina su espada para usarla, o solo se solaza viendo
en el espejado metal, su rostro húmedo de miedo, espanto trabajado
con arrugas, o cierto aliento fétido que le corroe su mascara
densa a héroe descompuesto por el deber ser; el ser así vestido
ricamente saliendo de su confortable guarida a comportarse como
héroe y verse sangrar, entre el ruido de su dolor mientras su
enemigo se descose en el barro de su propia sangre. Nuestro
Señor no carece de honor. No es un salvaje, sabe deletrear
correctamente la palabra luna; y acaricia a su doncella en el
exacto lugar en el que debe acariciarla. Pero, nuestro Señor
no tiene en suerte morirse bajo esta luna... Mi Señor sangrara,
más sabrá resistir tantas veces sea necesaria su agonía...

El Dragón en ese tajo en la tierra...

El sabrá hacer.
Aparecer.
Y la turba huirá desencajada a guarecerse.
El Dragón opina con fuego,
pone pausas de fuego,
y termina conversaciones con fuego...
Mi amor en cenizas, Cenicienta;
lejos de este agujero inmundo
que calma las costuras de mis alas,
de este sol que se sonroja
y escupe pequeñas y ensortijadas larvas
amarillas...
El Dragón necesita un escarmiento;
acaso, él lo sabe,
y ladra
... ¿Viste ladrar alguna vez a un Dragón?...
de odio.
Llama a su héroe;
lo llama a su manera,
llama...

El héroe camina al encuentro con su espada desenvainada...

Nunca nadie vio nada así. Algunos espiaron y contaron luego; pero, no era de fiar. Nadie es de fiar si cuenta cosas con ese esmero por los detalles truculentos, por hacer hincapié en los ruidos del goteo sanguíneo, de la espada cercenando el cuello, del agudo ladrido de un Dragón, de los gritos a destino de un héroe agridulce... Pero, por qué tanto dramatismo...

La luna rodeó la colina espumosa; y desapareció como desaparece la luna, con un pequeño hilo plateado como despedida.
Amanece.
Nuestro héroe camina hacia la humedad del encuentro. Deberá cortar la cabeza del Dragón con su espada; y luego reconstruir su vasto heroísmo en penosos garabatos en la arena, antes que las olas vuelvan, antes que ellas borren el gesto dulce de las cosas que suceden... Nuestro Señor camina con suma elegancia hacia el Dragón. Una cierta sonrisa le cose la boca; el viento es apenas un murmullo que se esparce por la piel. Ya todos saben el final...
Ya todos cuentan, entre otras cosas, que ambos, el héroe y el Dragón se encontraron y formaron Escorpio...
El mito se deshace como azúcar en mi lengua y amago preguntarle a ese que dice haber visto todo, si la cabeza del Dragón rodó ante los pies de nuestro héroe. El ciudadano me mira, mira su copa vacía, y con ojos vidriosos me dice...
Cuando la luna me bese en esta noche fría, te contaré las veces que la cabeza del Dragón rodó a los pies de nuestro héroe...

martes, 14 de diciembre de 2010

Es

Escancio lo que queda de te tibio.
De una voluta miserable,
admiro la firmeza del mundo.
Hay formas inconfesables en el anonimato,
un ruido colorado que tose
mientras afuera lo sideral
alcanza a verse descompuesto.
Que me queda, digo en cubierta, de aquello que no conozco?
No gran cosa, me digo, y prometo no dejar de pensarte.

Se

Se han reunido los fantasmas
en casa del ahorcado
a ver si en la mañana
el jardín descuidado, escalda.

Se han creído las mañanas
que en casa del fantasma,
un jardín escaldado
crece hasta graznar, descuidado.

Se han muerto los ahorcados,
y ahora,
son fantasmas.

sábado, 11 de diciembre de 2010

En hora

Los heridos cantan interminables.
Han sufrido otra batalla. Algunos se envuelven los tajos
en la bandera amada.
Otros gotean y se van desalumbrando.
Desde algún lugar llega el llanto de la espada rota.
Hora del herrero, dicen.
En realidad, las olas pasan mas despacio dejando profundos
surcos en noches y caras;
y dejan de gotear los heridos,
y se apagan.
Nubes que se descuelgan,
árboles amarillos de tormentas rojas;
los heridos siguen numerosos y cantan,
es la hora del herrero, la espada rota y la batalla…

Ella escribe su nombre

Ella escribe su nombre
en la seca costumbre de esas cuatro paredes.
No hay nada que muerda su corazón,
ni siquiera que brille
o tiemble,
en el rapto oscuro de la lluvia que se rompe allá afuera.
Ella se queda sin lágrimas para escribir su nombre completo,
y se cae frágil,
entre sus propios escombros.
No hay crisálidas,
no hay charco de luz que proteja;
solo la vaga sensación de estar atrapado
en esas letras incorrectas.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Venecia

“Todo hombre necesita una canción intraducible”
Juarroz...

Venecia esta rota, en un rincón,
el rincón que usa todas las noches;
canturrea la misma y apresurada
seguidilla de puñales
hasta tatuar
en su piel la palabra
que la destrozó.
No reconozco si se trata
del nombre
de un canguro o de un desierto,
solo en los trazos amargos
y por los errores de
pronunciación,
concluyo que Venecia al estar
rota
es únicamente una zanja
sucia
y blanda,
como esas lagrimas de peces
que los pescadores
sin orillas
coleccionan.

Biabarse

Entre lo muy lindo y la belleza impropia de menearse mientras las
venas arden en un simulacro de consuelo.
No hay conquista en pegar resuellos,
en admitir obscenidades mientras la música nos desintoxica
en una luna vacía.
Pareciera ser que de veras existís,
o es una piedra que alberga sacrificios mientras con su velocidad
rompe el agua en cadencia obsesiva.
Nadie consiente que hemos tocado las miasmas de
la mordacidad,
y te encuentro entre la gente que vuelve de comprar
arvejas, o entre las curiosidades de un acuario abandonado.
Tu prolijidad acaba en la piel,
ese abismo de olores estáticos.
El cobijo para mi necesaria aridez.
Te beso en la oscura ciénaga de un espejo,
momia vesicular,
incesto monocorde,
estupido mirando el río de automóviles desde el puente.
Deseo una octava respuesta,
se que todas fueron iguales,
desde la primera hasta esta ultima,
todas carecieron de honradez.
Me prosterno ante tu imagen,
carezco de brillo, un pálido Némesis
que oficia de largo y simplón orfebre,
y del que sus manos, aquel verdugo
gozo en sacarle astilla por astilla
hasta dejarlo manco.
Los muñones delatan la rendición,
desconozco que mundo me espera,
solo se que las entrañas palpitan
cuando anido en tu boca, corazón del nombre,
el tono apocalíptico del cielo en los hombros.
La espesa capa de caspa trastorna la nieve
en consuelo de esperma.
Y aburro de mediocre
abjurando no tocar lo que manoseo
debajo de la lámpara, en el patio,
mientras alrededor las luciérnagas,
una a una, se van apagando.
La belleza anida en el sopor, en mezclar los terratenientes mientras
pasean birlando la hacienda de los más paupérrimos.
¿Cuando comenzó esta certeza?
Todavía aun hoy me siento entre paredes
a recrear los sentimientos.
Te regale un libro de fotografías,
vimos juntos demasiado cine;
y a pesar de tanta imagen detenida en el fondo barroso del lecho inclemente, no navego.
Estoy aquietecido, silbando tu melodía.
Me la quede yo,
un cuando a los postres, nunca la mesa estuvo servida.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Mujer 6

Guarda el te en hebras que sobran en el frasco de metal.
Luego, el sueño, la modorra, el cuello del cisne
que se dobla buscando en el espejo de agua
su propia mirada. Los ojos rojos, el pelo encanecido.
Pero no era ella. No es de ella esa porcelana.
Y cierra el armario. Hay algo que esta mal colocado.
La puerta queda abierta y deja adentro, el olor
rancio de algo descompuesto. Un pedacito de corazón,
en un bol marrón. Un minúsculo retazo de corazón
quizás de ella o de otro olvidado y esparcido por los días.
Se quita los restos de sus restos con un pequeño algodón
embebido en alcanfor. Y se sienta frente a la ventana.
Hay un vidrio de por medio. Y mientras hacia arriba, en
un árbol quieto, el nido se bambolea por la acción
de un fresco viento que ladra, ella se duerme
y sueña que es otoño, y que su corazón esta completo.

Jueves

Lavas los platos,
mejilla colocada entre las palmas
rosadas de ese truco mágico torrente de plata
que ruge en un sostenido movimiento
de empujar el jabón hacia el ojo
que se llena de lágrimas
y se ahoga, en un ruido parecido al
despertar redondo de un miedo infundado.

Y a veces parece que todo esta en calma.

Secas el alma de vidrio
con cuidado, ya muchos han resbalado
y han caído desde esa altura tranquila de
despeñadero de baldosas y mármol, y se han
hecho pedazos entre tus pies porque no supiste
controlar a tiempo el desapego de los dedos acariciando
la superficie limpia de esa vacilante figura frágil
que pestañea y cae.

Y a veces parece que todo esta con ganas.

En la oscuridad del dormitorio, moves los hombros
para que el sostén se deje caer.
Y te miras en el espejo oscurecido por los murmullos
de alguien durmiendo de su lado, a tu lado.
Y en la nocturna ambigüedad de la sombra y el fulgor
de la piel que titila, te sentís en la necesidad de
estar bien porque todo esta en su orden ordenado.
Abrís las sabanas; hay un cuerpo que emociona y
desprende oleadas de tibieza. Buscas tu ordenado lugar,
con la cabeza en la almohada y ya vencida, a veces,
parece que todo esta en mañana.



domingo, 5 de diciembre de 2010

Acaricio

El contorno selvático de las luciérnagas sobre tu vientre,
entre la oscilación incrédula
de la luz de tus ojos,
en tus ojos a oscuras, con la oscuridad musical
de un campo de batalla.
Acaricio
la sabiduría de tus objetos más queridos
como sandias
o cuevas sumergidas en el pis intenso de la risa
o las cadencias
que se mecen en el trivial abecedario del viento.
Acaricio
tus vetas,
hendiduras heladas de vapor detenido en la forma occipital de la memoria.
Acaricio
en canaletas
hechas del crepúsculo mas rancio, aquel que hierve en las dormidas
cornisas de la cama.
Acaricio
suave
tu calor húmedo de hojas sueltas
en suelo flojo de aromas a entrecasa,
y los amarillos sobre el mullido ocaso
de aquello que tarda en irse
como ciertos espejos,
como cierta y absurda
conciencia
de verse nuevo
en la mirada.
Acaricio
la breve aparición del escalpelo cuando corta en un alarde de luz, las
entrañas de la noche,
el recinto que apretuja los labios que conviene no besar,
el azúcar de la palabra,
la palabra de azúcar en el paladar del café con leche,
las cobijas insepultas de un sueño corto.
Acaricio
los días que me das como un manojo de llaves que el deshielo envuelve
de tinto suave y alrededores de lenta cabalgadura dulce,
el temor a no encontrarte cuando doy vueltas para salir y entrar en mí
vida, con intermitencias, con obstáculos de mimbre,
el barco que se envuelve entre las olas duras de un océano de estambres.
Acaricio
tu espalda,
y me pierdo entre encabritados arbustos de seda simple y olor a rascacielos.
Acaricio
tu pelo,
tratando de no malherir lo que permanece y no se detiene,
todo lo que late en la cualidad esencial de un reloj de lunas mordidas.
Acaricio tus piernas,
en un arrecife de hebras de tinta,
con la locuacidad de un movimiento sanguíneo.
Acaricio
en plena efervescencia sonora, cada recoveco que te llena de
santuarios, de lugares en los que no es posible ensañarse
ni pensar en modo alguno que uno esta perdido en penas,
apenado por tanto lugar cierto. Pero, y así es lo que
uno piensa cuando esta pensando entreabierto, con
sus propias puertas entornadas, que apenas deje de tocarte,
vas a irte, vas a dejar el aire,
aun cuando yo siga con este murmullo de dedos,
escribiendo en la espuma del adiós
este poema.



Los limites del río

Nos hemos besado,
y a veces un monótono tren
esconde sus pinzas cuando asciende de la arena
hacia los cascotes del muelle,
y un hombre fuma su pipa mientras dibuja
objetos que han sido suyos por momentos
y a intervalos.
Nos hemos visto
tan de cerca
que humeaban los ojos;
y así, en la fragancia dulce de la saliva que chorrea
siglos en planetas desolados,
en pequeños monumentos derruidos por el viento
profundo de un siniestro engaño.
No hay nada que nos proponga otra cosa;
y los infinitos modos de alumbrar la garganta
con inflexiones de la vista detenida
allí, en un punto en donde el horizonte
descubre su propio cuerpo,
en donde los garabatos son luces que se cristalizan
en un techo distante.

Nos hemos besado
en la cornisa de un sonido corto y suave como uva,
en los corredores silenciosos del interior de la tierra,
en la habitualidad de los escotes y los parpados,
en la prisión inestable de un dolor en algún determinado sitio en la cabeza,
en la penumbra de un gesto de desdén,
en la cordialidad de una mano y sus cinco dedos,
en la conciencia de un televisor apagado.

Nos hemos besado
en la fastuosidad de una hoja de papel en blanco,
en la cadencia de los pies desnudos,
en la puntillosidad de un automóvil abandonado encima de un edificio,
en los pequeños anillos de un muerto desnudo,
en la cosquilla furiosa de un satélite espía,
en la cordialidad de un mohín de madera.

Nos hemos besado
en el entuerto que supone ordeñar unas vigas que transportan alucinaciones, en el confín desvelado de un monstruo que duerme, allí en la mazmorra original, junto a una gran argolla de hierro que supura una extraña geografía; y los muros devenidos areniscas porque paso mucho tiempo por encima y hoy, a tanto de todo, solo me quedan algunas migas de lo bello.

Nos hemos besado
en la letra inentendible de una canción de arroz,
en la precaria organización guerrillera que perdió a manos del silencio su revolución,
entre los pordioseros que celebran con vino barato una lluviosa nochebuena,
en la navidad, con cuerpos inmóviles diseminados como baldosas con piel entre puertas entreabiertas y ronquidos profanos.

Nos hemos besado
a oscuras, con los labios manchados de sonrisas y te verde,
y en interminable melancolía, vemos pasar un circo desarmado,
por una ruta infinita hacia lejos de nuestro amor,
iluminados por los últimos bordes de la tarde un payaso y su novia desmadejan una frase que nos gotea a través del andamiaje de la distancia…
Nos hemos besado, dicen… para que no olvidemos que cada uno de nosotros, ambos, somos la saliva ardiente de un guiño que palpita en el aire…


sábado, 4 de diciembre de 2010

Fotografía de mujer

He cercado
con los dedos,
en un alarde misógino
que cae de los poros
hacia el papel,
y los ojos,
ojos de ella.
Apelmazados
en oscura superficie
que da al fondo,
y que no se ve
demasiado;
solo el brillo de esos dos agujeros
estampados santos
en una cosquilla filosa,
en una lengua
que no describe años
sino tiempo.
Y en ese pliegue fantasma,
recobro el aliento
al sentir que
ella aun respira.
Me monto en la tersa
navidad de su espuma,
y nado hasta
cobijar sus deseos de abrazar
y ser rescatada de ese
momento,
junto al madero podrido,
a la cruz de sal
de la tormenta,
en el pozo augusto de
sus ojos,
ojos de ella.
Doy luz a su
sonrisa.
Ella habla,
mientras todo alrededor crepita.
Tristeza
de esa boca
que no es mía.
Tierra de tranvías,
de rías bajas,
y el salobre aroma
de la pesca
y de la envidia.
Mudos,
sin dientes,
evocan palabras.
Alguien tiembla
junto al árbol
equivocado.
Me miraste
como quien ve caer al sol
en el mar
y se apaga,
en una noche lenta
de esas de copa
de vino oscuro
y sonrisa
aérea.
Observando
a un marinero
bajo el cielo,
y apenas
con la tiza de la lengua
me dibuja
las cosquillas
de un aguacero
que pasa.
He conquistado
tu corazón
florecido,
regándolo
de suaves
letras.
He malgastado
lagrimas
enterrando
jirones
de piel
en malvones.
Y no tengo jardín,
ni libros de andanzas,
y no tengo nada
que pueda enmudecerte,
mujer de piedra que persiste arena.

Miro los contornos
prácticos,
el murmullo
de sus ropas
comunes
con su estilo,
la verificación
audible
de su corazón
arrastrándose
sobre la superficie
de la fotografía.
Y los puntos suspensivos,
imposibles de seguir
en la historia.
… Pero, que hora es amor,
que nos perdimos en el tiempo…
Y ya la hora
es de nuestra imagen
lo que se pierde lejos,
lo perdido
irremediable
por pasado
y cierto.
Y ya en la cadencia
ordinaria
de una mujer chapoteando
en el camino
con sus botas de goma
y su sonrisa
que se adivina de espaldas
yéndose,
por pasado
y cierto.
Prosigo con tus manos.
Dedos anchos
de palas de carne
con uñas cortas,
con uñas sin color
o del color
de la carne
de la fotografía.
Y en esa impresión
naufrago,
por el olor de tus dedos
al cocinar
para tu alma,
con las especies
que un emperador
mandara traer de algún
confín de la tierra;
y solo es orégano,
orégano enrejado,
orégano rescoldo,
orégano enternecido
por la transpiración prolija
detrás de tu nuca,
y el beso blando
que la recoge
y el olor en esa parte
del infierno
que no es a azufre,
es solo orégano
reluciente,
pepitas de orégano
de tu cuello
de invierno.
Propongo de tus manos,
el bello oficio
de acanalar
lo imposible,
de ensangrentar
el destino blanco
de la luna
en los rincones;
de complicar con energía
los no
y los si
que propongan esas conversaciones
entre amantes distanciados
por barrotes.
Y apenas
una gota
que aceite cada yema
al trasponer
el edificio
de la ausencia.
Ahora si,
inevitable,
consiento de tus manos
que lustren
los muebles en algún hogar
ensortijado,
que acaricien
la fragancia de un bebe
a punto de estallar,
el claro inicio
de una revolución
en algún lugar
de la noche.
Y en ese reír de uñas
diminutas
sobre sabanas
o felpa
o seda
sobre escarcha,
en ese castañetear de índice
y meñique con pulgar y mayor,
en esa reunión de palmas
húmedas
a causa de alguna explosión
o canilla abierta,
en ese destino
de mezclar harina y leche,
o pequeños grumos
de cornisas,
en ese monologo
de movimientos
hirvientes
me hundo, mujer de manos quietas,
entrelazadas sobre la falda, esperando
inmóvil, la fotografía.



Yo solo quería que ella fuese

Yo solo quería que ella fuese
Una pequeña ojiva nuclear de dos megatones implosionando en mi garganta.
El cono frágil de la luz marchita.
Los pétalos gigantes del mundo que invento a la deriva.
El sueño atravesado en mis cosquillas.
Las cosquillas que suelo jugar en las partidas de póquer contra los que se han ido.
El motivo para redactarte en una noche, las cláusulas del contrato amoroso.
Las letras minusvalidas que no uso por mi poca capacidad a recordar palabras memorables.
El sonido ultimo de la lluvia condensada que tuviste cuando lloraste.
La ultima luz que lloraste y había sol.
El sol de los dos, en otros dos extraños.
El aroma a jengibre.
El aroma a cubierta en un mar enamorado.
Las crestas sucias de los magos del circo en el camino.
Las piedras que se me cuelan por los agujeros de los zapatos.
El zapato que perdí al cruzar la eternidad.
El segundo que perdí al cruzar esa misma eternidad.
La eternidad que perdí al cruzarme con vos.
Vos caminando la eternidad.
Los goznes herrumbrados de un cisne de cartón.
El pequeño fuelle que hacia respirar los parpados.
Las condecoraciones del compañero carpintero.
Las casas decoradas con trocitos de chocolate.
El diluvio en el cuero del invierno.
Las obviedades que cometo cuando mastico tu distancia.
La distancia que se afila con tiempo.
Esa misma distancia que nos corta con precisión de juglar.
La distancia que se corta a si misma con la risa del juglar anterior.
Los difuntos y sus salivas menores.
El universo que reconozco como propio, pero es tan extraño.
Y por fin… Tu amor.