¿Podrianos cambiar la pagina?


Cuando escribo, deseo.
Deseo que todo no sea mas que un pequeño jardin que cuelga de mis ojos, y se balancea al viento tibio de la memoria.
Espero no desaparecer.
Te espero.



martes, 8 de febrero de 2011

Confieso que por este tiempo me ha dado hacer poesía


Calibrar pequeños
(como a hurtadillas)
paisajes de encomiables guiños.
Eternos pasajes por en medio de espejos adolescentes,
y un guiñapo apelmazado
que sirve en las galas en donde mi cerebro celebra.
Y entonces invoco estelas
como en esos viajes en donde provoco archipiélagos cósmicos,
hendeduras del tamaño fresco de una larva,
o celebres cánulas que conectan mi corazón con venas suntuosas.
El labriego lisérgico es una esmeralda de espaldas,
y se ríe travieso sin tocarse, apenas visto.
Es el fin de mi guerra,
de mi agonía.
El final perplejo a esa travesía que simula sincronía.
Entonces, trasiego frescas y tibias
tardes
en la espesura de pimpollos,
agoreros mandobles a toda clase de cacerías.
Un sitio, imploro solo un sitio
en donde deshacer tranquilo las muescas.
Pero, y a punto de rebanar el sigilo,
no contemplo esa forma de esparcir mis madejas
por el imperio del abecedario;
no promuevo sensiblería,
es solo que amago pertenecer al cielo y ese otro reino
me sonríe y luego desaparece, como hueso en la ceniza.
Hay una forma de perseverancia,
hurgo en el acomodamiento de esas tierras que no se ven,
vastas, inexorables;
culebras en el sueño de las ramas,
salobre condena
en el té dulce apenas encierro.
Provocado a sueño,
duermo
con las desveladas amas de la eternidad en los párpados.
Un ruido;
el desliz de un ruido
en plena faena de arboles exangües.
Los han reducido a su esclavitud de pie,
en el preciso lugar de raíz y de sequía.
Pero, no hay nada que me conmueva,
solo exijo fragancia,
inmóvil al lado de un querido amigo inocente
esperando ambos el vuelo ardiente de las arpías.
Y mantengo,
mis piernas duras en espera pétrea,
los ojos erguidos
en la búsqueda profana de alguien ensimismado con su lengua,
apenas un vocablo como anuencia
mientras los pájaros
picotean el cadáver yerto de una oración temblorosa salida de unos labios de miedo.
Como prejuzgar lo acontecido,
enmiendas,
excusas,
dádivas; los dedos chatos de acariciar el hueco en donde antes hubo fuego.
Y los sesos nadando
sin profundidad
sobre la superficie escamosa de una herida que nunca traerá lluvia fresca.
Estoy aclarando;
es parte de la humedad sabrosa,
sabrosa humedad de mujer que baila
en la oscuridad pozo de su sinrazón bella,
esquina sanguínea de trama
que no escalda,
solo construye con serenidad
las bellas orquídeas que de lejos empapan el efímero resplandor de un ejercito en agosto y enfermo.
Más es en vano,
digo,
la tersura de una noche que se sumerge y sale,
derroche de alhajas
sobre la arena,
y eso es todo.
Escapar
en un metro de augurio,
y oigo sonrisas detrás de la nuca,
y el olor
a sinuosidad,
y mi mantener los tornillos encerrados en sus lugares acostumbrados.
El limpio aullido de la velocidad a los costados.
Cada paso, un paso que se precipita hacia su propia casualidad.
Meros combates cuerpo a cuerpo,
en vahídos,
en pronombres que provocan la asiduidad de esos botones
lejos de ojales y leches leves.
Me pongo de prisa en pie;
la avenida es una esquirla que arde asomando su clavícula sobre mi camisa, y los goznes en sombras que sudan su esfuerzo cerrándose,
ampliando esa brecha marxista
de enano y vegetal.
Pero, y a modo de final de tertulia,
festejo que hay renglones en pausa
mirando,
exhibiendo una complicidad sedosa
con el cierre genuflexo de mis latidos sobre los dedos de esto que os escribo...














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