¿Podrianos cambiar la pagina?


Cuando escribo, deseo.
Deseo que todo no sea mas que un pequeño jardin que cuelga de mis ojos, y se balancea al viento tibio de la memoria.
Espero no desaparecer.
Te espero.



sábado, 22 de enero de 2011

Perchero

Los ojos empuñan paisajes,
y mi hombre
cuelga de un perchero;
su piel, supongo
que sin venas, no hierve
ni se anticipa
en mi memoria.
¿Cómo podría descolgarlo?
Solo sugiriéndole cosas,
como que he sido victima
del amor,
o nos dijimos todo lo posible de decir
cuando la saliva abandonó la boca
y era hora de besarnos.
Pero, digo,
el centro del universo no es físico,
es una breve reseña
del dolor,
es un espasmo del
cristal que rompe la muerte,
es la caída
del color de la mejilla
cuando la cara se refleja en un espejo.
¿Como podría salvarlo del perchero?
Tramos cortos de risa seca
entre los árboles
que huelen
el aire previo a la noche,
el pánico que duerme
junto a los oficios
que dejamos
cuando nos toca dormir,
y la sonrisa,
esa de no mostrar los dientes
porque la prisa de las
luces no es prioridad
del agua.
Claro, es tu nombre
el que sujeta fértil
por entre las sobras
de lo que fue,
pequeñas muescas toscas
en la seda que reverbera.
Pero, ¿como podría descolgarlo del perchero?
solo entremezclando
sus cenizas con las mías,
acariciar su desnudez
para que no se enfríe
cantándole una canción
que no conozco
pero que no me es indiferente.
El, sigue colgado en su perchero;
yo, recogiendo los harapos
que dejan los que amamos
cuando se van,
por esas cuestiones que,
pienso yo,
tienen que ver con la certeza
del amor,
y no con el descuido
del que se va sin irse,
como yo.









Que

¿Que quisieras que te cuente,
en que color,
con que dicha,
como la quieres,
en que idioma,
en cuantas habitaciones o lugares?

miércoles, 19 de enero de 2011

La soledad del riñón

Hemos constatado
la presencia de tantos huesos en la inmensidad de este cuerpo
que es condena y laberinto.
¿Cómo podría rearmar mi amor ahora que no te encuentro?
Y el féretro engarza los distintos caminos
que componen la muerte.

jueves, 13 de enero de 2011

Decadencia

He resuelto,
lo digo aquí y ahora con una serie de testigos improbables
y pecaminosos,
no nombrarte más.

Tomando esta distancia sideral que hay en esta hoja
y que va retozando por las escandalosas losas
que componen este material iridiscente,
no voy a olvidar en nombrarte
cada vez que algo horrible me suceda.
Por ejemplo… Por ejemplo.
Que el cielo se endurezca,
que el techo duela,
que los bordes de los muertos me sonrían,
que cada palabra
se deshaga en tinta de Australia…
Y así, hasta que nos ahogue el amanecer.
Pero, si consigo olvidar tu nombre,
que creo es lo que me va a suceder,
mis jardines serán bendecidos por
esos objetos
que se quedan mirando mi estar parado
en ese mundo quieto,
de modo irreversible,
en una silenciosa y protectora banalidad agobiante.

Eh, amigos, he muerto en vida,
vengan a ver mi descomposición,
varado entre Esparta y Antioquia,
mirando cada letra que se forma
cuando gotea de mis venas
solo tinta de Australia.


lunes, 10 de enero de 2011

Montaña

Casi me cerceno los dedos
mientras manipulo los cables en la saliente
rocosa de esa montaña.
Y ahora, me veía la mano aferrando
el vaso humeante de cerveza.
La música ponía fuego a los cuerpos,
y la mayoría, hombres de poca gracia,
se movían al compás de un titiritero
enfermo.
Me tomé mi vaso. Miré las manos
temblorosas y las ubiqué en lo alto
de una saliente rocosa, mientras
el viento empujaba y secaba la
transpiración.
Los cartuchos quedaron
fijos.
Me alejé trastabillando.
Grité.
El viento seguía secando
cada palabra, cada movimiento de
los hombres.
Luego, el fuego.
Fue una explosión seca, con un hongo
rojo que arrancó de la mejilla,
la parte de la carne, dejando al descubierto
el hueso blanco.
Intenté quejarme.
El viento golpeaba
con una fuerza demoledora.
Volví sobre mis pasos.
Las botas se hundían en la tierra floja.
Encontré el primer cuerpo.
Lo levanté y me quedé con la mitad
en las manos.
Era como levantar
un flan gigante.
Entre los dedos quedaron flojos los restos
de los restos.
Le cerré los ojos. Creí hacerlo.
Seguí trastabillando, el viento y el
polvo levantándose en remolinos pegajosos
hacían imposible que durara mucho tiempo
más erguido.
Tropecé contra una pierna.
Miré los descosidos restos de una
enredadera quitada con saña
de su muro familiar.
Intenté llorar; pero el viento
secaba con insistencia
cualquier amago de tibieza.
Era el centro del mundo,
una montaña desolada,
con varios cadáveres y alguien intentando
remontar vanamente el principio
austero de haber pasado ya
el tren, el andén vacío,
y ahora a esperar de nuevo
que otro pase, y nos lleve, de nuevo,
nuevamente a otro lugar.
Terminé la cerveza.
La música era estridente.
La transpiración cubría las camisas limpias.
La hora transcurría con ensordecedor desdén.
Me miré los dedos,
estaban mojados de sudor y cerveza.
No había sangre.
No había viento,
Solo el sonido sordo de un corazón a punto de estallar
en lo alto de una montaña.




sábado, 8 de enero de 2011

Salita de cero

“Entonces, cada uno cortó pedazos del cuerpo
de su compañero, y todos así, ensangrentados y
confusos, agradecieron al cielo...”
Anónimo.


Chupo
teta muerta, cara de cala,
gotea la esfinge de sus heridas.
No hay motivos para desaparecer, si nadie ha hecho nada.
Merodeo al animal que empolla
desgracias.
Sigue pegoteado el sonido contra los recovecos de la osa mayor;
mi mujer es una luz que encalla
de pus,
y no hay motivos para florecer, primavera rasa.
Oh Demóstenes,
han saqueado el rimbombante muelle que hacia virar parásitos,
han descreído de mallas,
han protagonizado,
y ahora, mi dulce, se emboban en credos que sitúan al rojo
por encima del alcahuete,
y mi honra, amor, se embebió de culebras,
culebras fritas en un tajo
de reina.
Candor apostrofado,
guiño de coliflor y enmiendas,
enanos guturales festejan el fin de la fragancia. Olores,
rocíos clavados entre buenas larvas,
y el gusto prolijo, Demóstenes,
por la salmuera.
No más mar por detrás ni enfrente. Chupo mi teta muerta.
Tánger,
la arena muerde mis muelas,
esto es demás
en poco.
Se oye cierto murmullo en la oscuridad
(rumiar de piedras)
contra el miedo.
Agua en las zumbonas mozas
que se regalan.
Regocijo de juglar granate,
sorbo de plática
un par de palabras,
un par y nada.
Mas, mas...

miércoles, 5 de enero de 2011

Cuatro

Juntaba estrellas
como quien junta caspa en las solapas.
Su vieja sombra encorvada
coordinaba enaguas con la luna.
Es una forma decía,
mientras se santiguaba.
No creía en los hombres;
y al alba, medio borracho,
medio dormido,
regaba las palabras…

martes, 4 de enero de 2011

bes.

Fijo la mira. Disparo.
Cruza la cruz, a no detenerse, en la velocidad hiriente de un no repetido con cansancio de Centauro. Los fuegos se desnucan. Hice del rojo una señal de ternura. Hice del debía una celda. Praga se nota en el descuento. Los labios que dan cuerda. El sexo es un pozo. Les negás, te nalgas a desnudar si no rajan la luz, si no se van todos, si solo quedan tus dedos hundidos en la gelatina sin dolor. Praga dominó escarcha. Fingís que te platico con los huesos. Disparo.

Hueso de lengua que no aparece en este tiempo ni en otro.
Huesos a dolores en la exclama de blanco célebre, cada cuanto un destete. Huesos de Troilo que buscan entretanto el modo de amurar el torso con la muerte. Hueso de agua que arde, o de pana en una claraboya, en la marina calva.

Fijo la mira. Un muro rubio. Una costa Croata.
Les hago una replica en mi alma, un lugar de claustros fijos, vacíos cortados. El señor de los recuerdos, el creador de minúsculos jirones de flores secas. Enciendo “el hacha para el mar helado que llevamos dentro” y golpeo con fuerza de libertino. Los olores se expanden. El honor es un puñado de guijarros distraídamente tirados debajo de la alfombra. Blasfemia.
Cigarrillos para legos. En la oscuridad estás.
Masticando el sendero que cruza hasta decir basta.
En los corredores claros de una biblioteca absurda, en Miller, en la concavidad de sus dolores, en la comba extraña que toma la noche para estallar entre mis pies paridos.
En el Cirro. En la manteca.
Entonces, los curiosos se juntan para verte, para ver de cerca y tal vez tocar el moño, o la criatura, o ambas deserciones.
Disparo.
La herida se despeña. Miras el Tritón, la agonía de sus pliegues. El monitor se desenrolla. Vida de Piglia.

Trenes en burbujas blancas.
Y el universo, lentamente, se apaga.

sábado, 1 de enero de 2011

aglaia.

Preparado. Das vueltas.
Moco el tono, como loco. Las ásperas de tu olor desbordan el arrozal.
No invoco, solo retuerzo.
El honor salado. Las alcantarillas nidos.
Los pobres de ridículo y sus crías.
La salmuera.

Ella canta en un tono de sangría. Se desboca el rumbo de ese sol estacionado en la comisura de su boca, como si encendiera el primer fuego de Babilonia hasta Roma y sus zánganos. Entona los trucos, tiende el ruido hasta obligar a que hable y cuente que hizo con los medos, con las algas, con cada pequeña y exuberante mancha de pezón coronado. Ella canta. Motivos para plicas. Exijo los ruidos del estero, el monóculo hervido a través de desaparecer. Despertador alumbrado. El día esta sucio. Protesto el enjambre, cada ojo que mira a los ojos. Solo sabré de enmarcarte.

Enmarcarte
con tiza de estepa, en un lienzo de guinda como nunca podría haberlo ni siquiera hilo.
Enmarcarte
en los sastres, en las acobardas que conozco por no haber sabido a tiempo despido.
Enmarcarte
laboriosamente, crujiendo cálculos de soporte para que no te hieras y mieles velando.
Enmarcarte
para liendre que no era. Para extrañándote el mote y los velos y las arañas destejiendo el desierto.

Y los cuervos graznan en un planear de hojas negras.
Quisiera poder presenciarlo.