¿Podrianos cambiar la pagina?


Cuando escribo, deseo.
Deseo que todo no sea mas que un pequeño jardin que cuelga de mis ojos, y se balancea al viento tibio de la memoria.
Espero no desaparecer.
Te espero.



martes, 4 de enero de 2011

bes.

Fijo la mira. Disparo.
Cruza la cruz, a no detenerse, en la velocidad hiriente de un no repetido con cansancio de Centauro. Los fuegos se desnucan. Hice del rojo una señal de ternura. Hice del debía una celda. Praga se nota en el descuento. Los labios que dan cuerda. El sexo es un pozo. Les negás, te nalgas a desnudar si no rajan la luz, si no se van todos, si solo quedan tus dedos hundidos en la gelatina sin dolor. Praga dominó escarcha. Fingís que te platico con los huesos. Disparo.

Hueso de lengua que no aparece en este tiempo ni en otro.
Huesos a dolores en la exclama de blanco célebre, cada cuanto un destete. Huesos de Troilo que buscan entretanto el modo de amurar el torso con la muerte. Hueso de agua que arde, o de pana en una claraboya, en la marina calva.

Fijo la mira. Un muro rubio. Una costa Croata.
Les hago una replica en mi alma, un lugar de claustros fijos, vacíos cortados. El señor de los recuerdos, el creador de minúsculos jirones de flores secas. Enciendo “el hacha para el mar helado que llevamos dentro” y golpeo con fuerza de libertino. Los olores se expanden. El honor es un puñado de guijarros distraídamente tirados debajo de la alfombra. Blasfemia.
Cigarrillos para legos. En la oscuridad estás.
Masticando el sendero que cruza hasta decir basta.
En los corredores claros de una biblioteca absurda, en Miller, en la concavidad de sus dolores, en la comba extraña que toma la noche para estallar entre mis pies paridos.
En el Cirro. En la manteca.
Entonces, los curiosos se juntan para verte, para ver de cerca y tal vez tocar el moño, o la criatura, o ambas deserciones.
Disparo.
La herida se despeña. Miras el Tritón, la agonía de sus pliegues. El monitor se desenrolla. Vida de Piglia.

Trenes en burbujas blancas.
Y el universo, lentamente, se apaga.

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