¿Podrianos cambiar la pagina?


Cuando escribo, deseo.
Deseo que todo no sea mas que un pequeño jardin que cuelga de mis ojos, y se balancea al viento tibio de la memoria.
Espero no desaparecer.
Te espero.



lunes, 10 de enero de 2011

Montaña

Casi me cerceno los dedos
mientras manipulo los cables en la saliente
rocosa de esa montaña.
Y ahora, me veía la mano aferrando
el vaso humeante de cerveza.
La música ponía fuego a los cuerpos,
y la mayoría, hombres de poca gracia,
se movían al compás de un titiritero
enfermo.
Me tomé mi vaso. Miré las manos
temblorosas y las ubiqué en lo alto
de una saliente rocosa, mientras
el viento empujaba y secaba la
transpiración.
Los cartuchos quedaron
fijos.
Me alejé trastabillando.
Grité.
El viento seguía secando
cada palabra, cada movimiento de
los hombres.
Luego, el fuego.
Fue una explosión seca, con un hongo
rojo que arrancó de la mejilla,
la parte de la carne, dejando al descubierto
el hueso blanco.
Intenté quejarme.
El viento golpeaba
con una fuerza demoledora.
Volví sobre mis pasos.
Las botas se hundían en la tierra floja.
Encontré el primer cuerpo.
Lo levanté y me quedé con la mitad
en las manos.
Era como levantar
un flan gigante.
Entre los dedos quedaron flojos los restos
de los restos.
Le cerré los ojos. Creí hacerlo.
Seguí trastabillando, el viento y el
polvo levantándose en remolinos pegajosos
hacían imposible que durara mucho tiempo
más erguido.
Tropecé contra una pierna.
Miré los descosidos restos de una
enredadera quitada con saña
de su muro familiar.
Intenté llorar; pero el viento
secaba con insistencia
cualquier amago de tibieza.
Era el centro del mundo,
una montaña desolada,
con varios cadáveres y alguien intentando
remontar vanamente el principio
austero de haber pasado ya
el tren, el andén vacío,
y ahora a esperar de nuevo
que otro pase, y nos lleve, de nuevo,
nuevamente a otro lugar.
Terminé la cerveza.
La música era estridente.
La transpiración cubría las camisas limpias.
La hora transcurría con ensordecedor desdén.
Me miré los dedos,
estaban mojados de sudor y cerveza.
No había sangre.
No había viento,
Solo el sonido sordo de un corazón a punto de estallar
en lo alto de una montaña.




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