¿Podrianos cambiar la pagina?


Cuando escribo, deseo.
Deseo que todo no sea mas que un pequeño jardin que cuelga de mis ojos, y se balancea al viento tibio de la memoria.
Espero no desaparecer.
Te espero.



martes, 6 de marzo de 2012

Tristeza japonesa

Vi,
en la penumbra silenciosa del escabeche rancio,
los tegumentos, esas ociosidades divergentes,
ese malestar molecular de las arañas.
Vi los recovecos
de tu corazón a la intemperie,
en fieros zánganos,
en la preciosidad opuesta a la que corre la sangre.
Pero, no me quede en verte
desde esa vereda opuesta, en donde no da el sol,
desde contra la ventana, donde el vidrio se refleja,
desde donde te veo mover, pero no me quede,
y sin embargo
es la sangre la que impide,
la que te menciona contra el vidrio y esos cristales.
Vi
los goznes herrumbrados de las palabras caídas,
los espejos de la estancia escasa,
de accesorios y distancia.
Me fui inocente.

Un rostro suave

Ella se ríe impropia y propia, en su sucinta carne al descubierto.
Entre ambos, una cantidad ingente de mierda que hiede y acaso proporciona. Festejo a siniestra el descalabro. No todos somos aún.
Ella naufraga, concha que late fugitiva del azar.

Me enamoro de su aureola, de su olor, acción al viento y encima.
Más, sangra la tarde, a regañadientes su estopa es posible y singular.
Le hablo del advenimiento, le cuento los posibles enfrentamientos con el tiempo. Ella se ríe, muestra su cáscara, la concreción de los intestinos de la pesadilla, el molar de la lógica.
Ella sólo ríe y me proporciona una suavidad en celo, los prolijos acostumbramientos a perpetuidad.