Vi,
en la penumbra silenciosa del escabeche rancio,
los tegumentos, esas ociosidades divergentes,
ese malestar molecular de las arañas.
Vi los recovecos
de tu corazón a la intemperie,
en fieros zánganos,
en la preciosidad opuesta a la que corre la sangre.
Pero, no me quede en verte
desde esa vereda opuesta, en donde no da el sol,
desde contra la ventana, donde el vidrio se refleja,
desde donde te veo mover, pero no me quede,
y sin embargo
es la sangre la que impide,
la que te menciona contra el vidrio y esos cristales.
Vi
los goznes herrumbrados de las palabras caídas,
los espejos de la estancia escasa,
de accesorios y distancia.
Me fui inocente.
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