Guarda el te en hebras que sobran en el frasco de metal.
Luego, el sueño, la modorra, el cuello del cisne
que se dobla buscando en el espejo de agua
su propia mirada. Los ojos rojos, el pelo encanecido.
Pero no era ella. No es de ella esa porcelana.
Y cierra el armario. Hay algo que esta mal colocado.
La puerta queda abierta y deja adentro, el olor
rancio de algo descompuesto. Un pedacito de corazón,
en un bol marrón. Un minúsculo retazo de corazón
quizás de ella o de otro olvidado y esparcido por los días.
Se quita los restos de sus restos con un pequeño algodón
embebido en alcanfor. Y se sienta frente a la ventana.
Hay un vidrio de por medio. Y mientras hacia arriba, en
un árbol quieto, el nido se bambolea por la acción
de un fresco viento que ladra, ella se duerme
y sueña que es otoño, y que su corazón esta completo.
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