Ella escribe su nombre
en la seca costumbre de esas cuatro paredes.
No hay nada que muerda su corazón,
ni siquiera que brille
o tiemble,
en el rapto oscuro de la lluvia que se rompe allá afuera.
Ella se queda sin lágrimas para escribir su nombre completo,
y se cae frágil,
entre sus propios escombros.
No hay crisálidas,
no hay charco de luz que proteja;
solo la vaga sensación de estar atrapado
en esas letras incorrectas.
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