¿Podrianos cambiar la pagina?


Cuando escribo, deseo.
Deseo que todo no sea mas que un pequeño jardin que cuelga de mis ojos, y se balancea al viento tibio de la memoria.
Espero no desaparecer.
Te espero.



sábado, 4 de diciembre de 2010

Fotografía de mujer

He cercado
con los dedos,
en un alarde misógino
que cae de los poros
hacia el papel,
y los ojos,
ojos de ella.
Apelmazados
en oscura superficie
que da al fondo,
y que no se ve
demasiado;
solo el brillo de esos dos agujeros
estampados santos
en una cosquilla filosa,
en una lengua
que no describe años
sino tiempo.
Y en ese pliegue fantasma,
recobro el aliento
al sentir que
ella aun respira.
Me monto en la tersa
navidad de su espuma,
y nado hasta
cobijar sus deseos de abrazar
y ser rescatada de ese
momento,
junto al madero podrido,
a la cruz de sal
de la tormenta,
en el pozo augusto de
sus ojos,
ojos de ella.
Doy luz a su
sonrisa.
Ella habla,
mientras todo alrededor crepita.
Tristeza
de esa boca
que no es mía.
Tierra de tranvías,
de rías bajas,
y el salobre aroma
de la pesca
y de la envidia.
Mudos,
sin dientes,
evocan palabras.
Alguien tiembla
junto al árbol
equivocado.
Me miraste
como quien ve caer al sol
en el mar
y se apaga,
en una noche lenta
de esas de copa
de vino oscuro
y sonrisa
aérea.
Observando
a un marinero
bajo el cielo,
y apenas
con la tiza de la lengua
me dibuja
las cosquillas
de un aguacero
que pasa.
He conquistado
tu corazón
florecido,
regándolo
de suaves
letras.
He malgastado
lagrimas
enterrando
jirones
de piel
en malvones.
Y no tengo jardín,
ni libros de andanzas,
y no tengo nada
que pueda enmudecerte,
mujer de piedra que persiste arena.

Miro los contornos
prácticos,
el murmullo
de sus ropas
comunes
con su estilo,
la verificación
audible
de su corazón
arrastrándose
sobre la superficie
de la fotografía.
Y los puntos suspensivos,
imposibles de seguir
en la historia.
… Pero, que hora es amor,
que nos perdimos en el tiempo…
Y ya la hora
es de nuestra imagen
lo que se pierde lejos,
lo perdido
irremediable
por pasado
y cierto.
Y ya en la cadencia
ordinaria
de una mujer chapoteando
en el camino
con sus botas de goma
y su sonrisa
que se adivina de espaldas
yéndose,
por pasado
y cierto.
Prosigo con tus manos.
Dedos anchos
de palas de carne
con uñas cortas,
con uñas sin color
o del color
de la carne
de la fotografía.
Y en esa impresión
naufrago,
por el olor de tus dedos
al cocinar
para tu alma,
con las especies
que un emperador
mandara traer de algún
confín de la tierra;
y solo es orégano,
orégano enrejado,
orégano rescoldo,
orégano enternecido
por la transpiración prolija
detrás de tu nuca,
y el beso blando
que la recoge
y el olor en esa parte
del infierno
que no es a azufre,
es solo orégano
reluciente,
pepitas de orégano
de tu cuello
de invierno.
Propongo de tus manos,
el bello oficio
de acanalar
lo imposible,
de ensangrentar
el destino blanco
de la luna
en los rincones;
de complicar con energía
los no
y los si
que propongan esas conversaciones
entre amantes distanciados
por barrotes.
Y apenas
una gota
que aceite cada yema
al trasponer
el edificio
de la ausencia.
Ahora si,
inevitable,
consiento de tus manos
que lustren
los muebles en algún hogar
ensortijado,
que acaricien
la fragancia de un bebe
a punto de estallar,
el claro inicio
de una revolución
en algún lugar
de la noche.
Y en ese reír de uñas
diminutas
sobre sabanas
o felpa
o seda
sobre escarcha,
en ese castañetear de índice
y meñique con pulgar y mayor,
en esa reunión de palmas
húmedas
a causa de alguna explosión
o canilla abierta,
en ese destino
de mezclar harina y leche,
o pequeños grumos
de cornisas,
en ese monologo
de movimientos
hirvientes
me hundo, mujer de manos quietas,
entrelazadas sobre la falda, esperando
inmóvil, la fotografía.



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