¿Podrianos cambiar la pagina?


Cuando escribo, deseo.
Deseo que todo no sea mas que un pequeño jardin que cuelga de mis ojos, y se balancea al viento tibio de la memoria.
Espero no desaparecer.
Te espero.



domingo, 5 de diciembre de 2010

Acaricio

El contorno selvático de las luciérnagas sobre tu vientre,
entre la oscilación incrédula
de la luz de tus ojos,
en tus ojos a oscuras, con la oscuridad musical
de un campo de batalla.
Acaricio
la sabiduría de tus objetos más queridos
como sandias
o cuevas sumergidas en el pis intenso de la risa
o las cadencias
que se mecen en el trivial abecedario del viento.
Acaricio
tus vetas,
hendiduras heladas de vapor detenido en la forma occipital de la memoria.
Acaricio
en canaletas
hechas del crepúsculo mas rancio, aquel que hierve en las dormidas
cornisas de la cama.
Acaricio
suave
tu calor húmedo de hojas sueltas
en suelo flojo de aromas a entrecasa,
y los amarillos sobre el mullido ocaso
de aquello que tarda en irse
como ciertos espejos,
como cierta y absurda
conciencia
de verse nuevo
en la mirada.
Acaricio
la breve aparición del escalpelo cuando corta en un alarde de luz, las
entrañas de la noche,
el recinto que apretuja los labios que conviene no besar,
el azúcar de la palabra,
la palabra de azúcar en el paladar del café con leche,
las cobijas insepultas de un sueño corto.
Acaricio
los días que me das como un manojo de llaves que el deshielo envuelve
de tinto suave y alrededores de lenta cabalgadura dulce,
el temor a no encontrarte cuando doy vueltas para salir y entrar en mí
vida, con intermitencias, con obstáculos de mimbre,
el barco que se envuelve entre las olas duras de un océano de estambres.
Acaricio
tu espalda,
y me pierdo entre encabritados arbustos de seda simple y olor a rascacielos.
Acaricio
tu pelo,
tratando de no malherir lo que permanece y no se detiene,
todo lo que late en la cualidad esencial de un reloj de lunas mordidas.
Acaricio tus piernas,
en un arrecife de hebras de tinta,
con la locuacidad de un movimiento sanguíneo.
Acaricio
en plena efervescencia sonora, cada recoveco que te llena de
santuarios, de lugares en los que no es posible ensañarse
ni pensar en modo alguno que uno esta perdido en penas,
apenado por tanto lugar cierto. Pero, y así es lo que
uno piensa cuando esta pensando entreabierto, con
sus propias puertas entornadas, que apenas deje de tocarte,
vas a irte, vas a dejar el aire,
aun cuando yo siga con este murmullo de dedos,
escribiendo en la espuma del adiós
este poema.



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