Una lapida
herrumbrada de flores de esas sin pétalos ni fragancia,
esas que supuran color
y se enamoran del aire estancado, húmedo,
por entre las larvas azules
que me escupe el tiempo.
Y dejo, entre tus manos muertas,
de mármol seco,
un ramo de flores frescas
llenas de suburbio,
de universos de belleza súbita
que estalla
en los rostros
que huyen del gran sol engrampado
encima de esas nubes que solo memorizan aire.
En la lapida
aterciopelada de pájaros,
guiones secos que se mueven a la velocidad quieta
de un murmullo,
dejo que la flor verdadera se disuelva
en tu memoria,
en lo que dejaste,
solo un olvido que es miga de pan flotando en la leche
huérfana
de una luna sin noche.
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