¿Podrianos cambiar la pagina?


Cuando escribo, deseo.
Deseo que todo no sea mas que un pequeño jardin que cuelga de mis ojos, y se balancea al viento tibio de la memoria.
Espero no desaparecer.
Te espero.



miércoles, 22 de junio de 2011

Poema

Les agrieto las glándulas, como en un dulce juego de lupanar,
y agradezco no sollozar cuando recuerdo que hay heridos
que me hubiese gustado orinar con olvido;
pero no me comprometo a ese silencio oxigenado que nos embota,
a ese juego perverso de nieve con orquesta que se inmola,
y los dibujos en las paredes, alabastro chino que no cuenta,
cuanta revolución incruenta, enferma en sagitario,
cuanta mujer que se escapa por los bordes ensangrentados de las cortinas.
Yo enumero,
la compañía exagera el número de estrellas que me muestra.
Nos vamos perdiendo, envejecidos en nuestras propias deposiciones;
unto con energía el amarillo real del líquido que pasa por los intersticios de la oscuridad azul, y acomodo sobre mis huesos la grasa de tu ausencia.
Se es real en las pesadillas,
con los dilemas austeros de un sueño conquistado a fuerza de no pensar que me temo que soy superfluo cuando conquisto y provoco que la sangre riegue las escaleras de piedra y me despierto enmudecido de transpiración y fastidio y oigo que a lo lejos, en la maraña de la amanecida, hay sirenas de barcos entrando y no con Ulises en cubierta, y un sinnúmero de olores mezclados con dulces resuellos y prácticos amagues de espuma en la quilla de lo que se arrastra entre las uñas sucias de esa que espía como demuelen a golpes a sus hermanas poseídas,
aprisionadas por las culpas de tener cogote y no pezcuezo o cuello para ser besado,
saliva de escoria y los cánticos a un Dios edulcorado que todo lo ve pero que conoce apenas escaso, el berrinche coloquial de sus putas en celo.
Trasiego en centellas el caos ordenado por la amanecida que entra en puntas de pie, acaso para no despertarme y hacerme querible,
acaso para no conquistar mis escalones de piedra con mi propia sangre que escribe un bonito charco en una de sus estupidas sonrisas.
Caliento agua para un te.
Me pongo en solsticio, las maletas hechas con harapos de piel que utilizo en ocasiones para no saber que el verano sumerge las islas y que el invierno reinventa las ecuaciones para probar que no hay secuencias que se cumplan a rajatabla y devuelvan a la superficie, lo que el verano ahogó.
Miro las uñas sucias del paranoico, se esfuman los amagues de violencia.
Hay exageraciones manchándome por encima, las ubres frescas de la que suda mintiendo, Liberace tocándose en un baño clausurado con espanto y alguien pensando que con solo estrangular se sacara de encima las manchas.
Mientras la vida miente, las palabras se pronuncian con poca capacidad de interés, no hay vocablo que sobreviva.
Las señas ocupan un lugar no previsto.
Me siento en la mesa a tomar el te.
Tomo con despreocupación el asa de la taza y siento el vapor caliente cerca de mis labios, amago un suspiro de aire frío para entibiar la masa hirviente.
La boca de un volcán.
La vagina de una boca que suspira aire caliente y los creyentes silban de entusiasmo y soy apenas un espasmo rojo que se acuchilla de ignorancia ante la cruz del que fue martirizado.
Y preanuncio las consecuencias de alguien, otra vez ese desconocimiento, tendríamos que llevar nuestros nombres cosidos en nuestras frentes toda la vida y no seriamos esa masa que humea, infecta, esperando la esperanza en un anden en el que se abordan los trenes a la muerte.
Y preanuncio las consecuencias, intento otra vez abordar lo que venia balbuceando pero no creo llegar a lo no dicho de esta forma.
Suena una música en una calle de Madrid, no veo la hora desde acá pero se que es tarde, dejo la taza semivacía y otra vez obedezco las ordenes dadas desde el comienzo.
Los detectives deshilvanan.
Los hay de variopinta característica, malsanos, carismáticos, contraproducentes.
Ella se monta y se mantiene mientras la penetran,
los muertos otra vez se reproducen.
Cuento los árboles en la arboleda.
Cuando llego al décimo sexto, me detengo.
Paisajes que enmaraño con la promiscuidad de lo aparente.
Me apena que te hayas ido.
No solo por lo que rompiste
sino porque
todo este universo cabía en el beso aquel,
en aquel pretexto,
en la forma descarada de reírte
cuando dormías,
cuando eras
parte de mi amor.


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