Esa conjugación de saliva
entre tus labios,
entreabierto el universo
para sus salvajes monotonías.
De espaldas,
me esmero en encontrarte.
Y no lo resuelvo;
cada nomenclatura sádica es una definición conceptual que hierve en las entrañas de un cadáver en movimiento.
Los pechos observados desde arriba por el abate con su sotana entreabierta y el encendido crucifijo colgándole indolente por sobre su severa eternidad.
Las culpas compartidas de la sangre.
Una boa con su sapo a cuestas.
La historia de un amor que se va ennegreciendo a medida que crece y la cama de los pordioseros que se ríen, estallando en la sombría panza de un edificio oscuro.
Todo, no es mas que este crepúsculo,
esta vergüenza con olor a cielo,
estos tiempos.
Necesito
que me creas cuando digo guerra
y encastro la soledad
con ese ruido
a grasa,
a cebolla comprometida,
a luces desteñidas por la consecuencia,
y abajo, el infierno como tal,
sigue enjabonando sus mandamientos,
recibiendo huéspedes,
perdonando a los que nos ofenden
y nos maltratan
con un tubo usado de dentífrico y los dientes amarillos y una lengua que amenaza en guaraní, que pronto, muy pronto ella vendrá para luego abandonarme;
no lo puede evitar…
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