¿Podrianos cambiar la pagina?


Cuando escribo, deseo.
Deseo que todo no sea mas que un pequeño jardin que cuelga de mis ojos, y se balancea al viento tibio de la memoria.
Espero no desaparecer.
Te espero.



martes, 9 de noviembre de 2010

El amor

El amor es una interminable fila de hombres hirviendo agusanados
en la puerta oeste de la Torre de Babel.
Es el que ríe esperanzado con sus uñas rasgando el espejo porque
piensa que existe otro espejo y otro sosías intentando lo mismo,
pero del otro lado.
El amor es una madeja de huesos que descansa cuando termina el invierno.
Es el fuego consumido que calienta al naufrago y sus cansados
párpados que se caen en la sorpresa de una playa oxidada, al borde de
un mundo sostenido por guirnaldas tibias;
y ese hombrecillo perdido en un océano de fiebre esperando, que sus
muelas no caigan antes de que el sol golpee con su vientre el humo
amarillo de la eternidad.
El amor es nada;
es la prolongación efímera de un girasol sobre un rostro enfermo.
Es lo que conquista con rancio odio y hunde en el charco de las vísceras
el lenguaje propicio para la hora del té.
El amor emociona con la cálida obsesión de lo que se va de repente.
Proporciona más misterios en la habitación abandonada de esa
casa que se cae en la inocencia de los que amaron la muerte.
El amor es un soplo de horfandad melancólica;
solo necesita para ensortijar
un corazón en pulpa,
un sonajero hueco,
el vino tibio de la necia ambición del que solo quiere encandilarse con
monedas.
El amor es un sitio anegado,
lleno de criminales que juegan
a los naipes, la inocencia ultrajada,
de una nación empañada por sus propias heces.
El amor es un mudo, loco de atar,
que gira interminable poniendo limites al universo.
Es esto;
un hueco dentro de un surco,
el chasquido de las lágrimas,
el sonido intenso del músculo al cortarse,
las esquirlas de la memoria.
El amor es una provocación en mitad de la oscuridad.
Es una cornisa desde la que se miran
tus imágenes mortecinas
temblando
a la voluntad de la luz de una vela.
El amor es puro,
con sus hilos en suavidad de acero,
con las incongruencias nasales de un bebedero en mitad de la nave de
una iglesia que nadie esconde,
y los ronquidos horizontales,
y la veloz sonrisa
del suicida que pregunta antes de colocarse en paciencia automática.
El amor solicita su cualidad intrínseca de ser egocéntrico y pobre de
espíritu, mientras prolonga como metástasis sus a tientas ganas de
moderarse, entre oleaginosas y orégano,
entre frases hechas y cachetadas al cuerpo desnudo,
entre gritos y hostiles llantos en el suspiro entrecortado del mundo;
mientras pregunta que es lo que debe hacer,
y se contesta con una retahíla de frases y humoradas y supercherías.
El amor es esto
que muestran mis manos,
el oficio de la piel
que se toca
bajo la lluvia dormida
de una noche seca.




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