¿Podrianos cambiar la pagina?


Cuando escribo, deseo.
Deseo que todo no sea mas que un pequeño jardin que cuelga de mis ojos, y se balancea al viento tibio de la memoria.
Espero no desaparecer.
Te espero.



domingo, 28 de noviembre de 2010

La velocidad del imbecil

Hemos
circuncidado prolijamente la noche,
hirviendo enes
compradas en sinagogas reducidas
al tamaño cósmico
de la risa.
Hemos
complicado en contiendas
entre nuestros y nosotros,
mientras a espaldas
de los hábitos,
las estrellas
calientan espejos en donde, con cada movimiento,
tu belleza
se enturbia.
Ella se simplifica
en un suspiro de gramática pura,
cada onza de su corazón
disputa retruécanos
con el sabor del alma,
y ella, ahora,
es solo esto…

Un pequeño confite entre los pliegues incestuosos de una luna de crema,
un traspié en el esfuerzo de Vulcano, encima de su hoguera,
las dunas quietas mientras el cielo se entrega a su propia cadencia,
y los ojos enturbiando el pacifico horizontal del amor,
y apenas, la fragancia pobre del hueco entre sus senos,
y el ruido a jengibre de tanta destrucción en las entrañas crudas de la bestia.
Pero, y a horas poco creíbles, me dibujo en tu soledad, con la mas tierna de las nociones.
Quizás no sea lo esperado,
o solo un capricho cotidiano de los embates del tiempo contra la piedra más dura.

Lluvia
ignota, de otros lares,
cara abierta
a la fresca albricia de una foresta intrincada
entre dedos de yuyos vivos,
y los ojos
enhebrados para adentro.
Lluvia
de alambres,
de clones biodramaticos
y cierto enjambre colectivo
que busca el pretexto perfecto
para mistificarse.
Lluvia
de huellas
que crujen en la piel crocante
de este país que late libre
entre sonrosados pezones abundantes.
Vegetales,
maderas tenues
en la original sonrisa virginal
de una musa
desangrada
entre las ruinas lúgubres
que aun no se si han vencido,
que aun humean en la ladera occipital
de mi abandono.
Pero, es que te extraño;
extraño
correr por entre tu miedo,
librarme del hecho de no saber
que es todo esto,
que significan estas hebras de leche,
estos desmenuzados recovecos,
el florecido polen que se posa
en el hueso blanco
de la desmemoria.

Lluvia
de gemidos
como perlas,
y arenas enjauladas,
y naves madres
ancladas en el sabor ensalivado
de esta parte del sueño.
No más dormir,
entre sosegados espartanos y cristales encendidos,
con la cabeza bamboleante,
entre los brazos apergaminados
y ese obsceno calendario
que brota
contra la pared agujereada de esa parte en abandono
del infierno que no se mantiene,
que no tiene un adecuado mantenimiento
porque las razones son derrames
que supuran una agüita dramática
que es del color imaginado
solo por el dolor,
que es ese color solo imaginado por el dolor.

Lluvia
de leves espejismos,
como pequeños incestos
entre
carcajadas,
como inútiles alondras
enfrascadas
en conversaciones con el viento.
En el nombre
confuso
de ese pringoso oficio
de salvarte
cada tanto
del cencerro.
Lluvia
de sabanas,
con sabuesos de lana ardiendo,
con placidas cornisas
de parejas esculpidas,
y esos andrajos
que te cuelgan
como enormes colgajos que ella predijo que te colgarían
como planetas sueltos
en un suburbio de universo empalidecido
y casi yerto,
enormes extensiones de penas
que se pudren,
océanos pálidos de nubes calientes
y zonas de martirio para niñas de ojos abiertos y enredaderas.

Lluvias
múltiples
de capullos y liendres,
con tantos capullos y tantas liendres
que no conmemoran,
que apenas se emprolijan en el charco autista
que la mañana escupe
tórrida.

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