Mi mundo ha cancelado
el permiso que tenía para expandirse;
y, consecuencia de los velos,
se enturbia hasta confiscar
las alas de los niños,
las plumas de las papas,
el sonido suave de una boca al cerrarse
alrededor de otros labios
que impiden el silencio de un beso.
Entonces,
mi mundo se encoge,
ensobrando los azulejos de las noches a tientas,
el quejumbroso alarido de una mariposa seca,
los espacios entre corchetes
alambrados con sonrisas,
las culebras que enseñan a perseguir otros paisajes.
Entonces,
mi mundo se lee
en la velocidad de una frutilla,
en los conglomerados de gente inocente,
en las palabras que debo decirte para que no me dejes,
y que no pronuncio por temor a desdecirme,
a nombrar tus pétalos de fiebre,
a mortificar
el cerebro hundido a golpes, mientras por la ventana,
por el vidrio salpicado de gotas de licor barato,
la luna congela su cierta y organizada ternura.
Entonces,
persevero en la tristeza
y abono la fragmentación
hundido en el vientre acuoso de una enredadera
pegada a la pared
inconsciente,
palpo las costuras que arden
con la locuacidad
de una lengua,
acaricio los bordes de un universo que conozco y no me pertenece.
Persevero en la tristeza,
campos amanecidos con el olor
a degüello,
luces rojas que empapan
los pies pequeños y desnudos
de tus amagues.
Para cuando yo muera, mi mundo será por fin, lo único que siga persistiendo…
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