Acostumbro a regar a mi asesinado.
No lo conocía, lo vi un día adentro del monasterio y lo asesine.
Me hace compañía; le hablo y me cuenta historias,
algunas muy graciosas, otras muy tristes.
Siempre me agradece que lo riegue; según él, le hace mucho bien.
Mi asesinado esta creciendo.
Juntos, en húmedas tardes, pasamos el rato hablando y contando historias.
Lo riego cuando atardece y él, sonriendo, me agradece ese gesto.
Se lo ve muy bien, y esta creciendo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario