¿Podrianos cambiar la pagina?


Cuando escribo, deseo.
Deseo que todo no sea mas que un pequeño jardin que cuelga de mis ojos, y se balancea al viento tibio de la memoria.
Espero no desaparecer.
Te espero.



martes, 26 de octubre de 2010

Dos

“A ella, que logró tener su propio lenguaje poético
y esparcirlo…”

Hay una banda de músicos que funciona
de a ratos,
bebiendo vino,
haciendo bromas
acerca de la inteligencia
de los árboles,
y maldiciendo,
maldiciendo
entre voces de trombones
y panderetas.
Y entre ellos me mezclo
tratando de evitar
el silencio.
Pero nada puede hacer que te olvide,
masticando
esa palabra que de tan dulce
se escurre
de entre tus muelas,
cementerio
de marfil sonriente,
y se para ante mí
con su porte ridículo
de letras redondas,
[las mujeres hacen cosas redondas,
un mundo,
sus horas…]
y me dice…
- No dejes que me trague…
Ella es inmortal
con las palabras,
las necesita pero las rechaza.
No entendí.
Y me dediqué
a tararear
una consigna
con el tono acostumbrado,
tratar cobardemente de
huir
de su influjo,
de sus olas.
Y la palabra seguía allí
con los brazos en jarra,
rodeada de flecos
del idioma
y sus vocales respirando
locas,
y sus consonantes rígidas
como huesos de una lagrima.
Y la banda
allí al borde
de sus sillas,
riendo con sus instrumentos
cerca,
y las conversaciones
que saltaban
ranas entre las ramas
de los árboles
inteligentes.
¿Y yo…?
me dijo ella.
Y la mire.
Ahora si estaba tan cerca.
La palabra
acostumbrada
al transito de las flores,
al sonido intimo
del sollozo
de una espada,
al crepúsculo ordinario
de los ángeles
de leña seca.
Y me repuse.
Te dije…
¿Querés bailar…?
Si.
Y la banda comenzó
a tararear
sus almas.
Una canción turbia
que los dos recorrimos descalzos.
Te pregunté
por cada fragancia
del escote abierto,
de los enormes
abismos
de la luna,
de la inmensidad
de esas perlas
que los hombres transpiran
al morir.
Te reíste como solo vos
lo logras,
y en una fantasía
descabellada,
me preguntaste…
¿Queres agua…?
Y afuera,

comenzó a llover.










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