Si mi cerdo supiese cerrar la alambrada,
huir del barro fresco,
desadornar la mesa servida con copas vacías y velas encendidas en
diademas de repollo.
Si el solo abandonase su alma con un pequeño empellón al destino;
y no hubiese cielo prolijo que salivar,
caras huecas en donde desovar el odio fronterizo,
y nada de espuma con perfume a rosas rotas,
solo el cosquilleo inconfundible a casquillos mordidos por la exactitud,
religión de sonrisas a mansalva.
Si mi cerdo supiese dormirse mirando como avanza la oscuridad sobre
las ramas más altas de los altos árboles,
y el ruido a frío,
y mis desnudos pies a la deriva.
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